VUELVEN LOS ÁRBOLES AMARILLOS...

VUELVEN LOS ÁRBOLES AMARILLOS...

Penumbra en silencio...

Penumbra en silencio...

COLORES MAGICOS EN MIS ARBOLES

COLORES MAGICOS EN MIS ARBOLES

COMIENZA UN NUEVO DIA...

COMIENZA UN NUEVO DIA...
...EN MI DESIERTO...(Erg Chebby)

jueves, 4 de febrero de 2010

Capítulo VII: "El Rey Negro"







El sol se estaba poniendo, a lo lejos, en el infinito horizonte...seis meses después.
Sus pies estaban aún jugando con la suave arena de aquella solitaria playa. Hacía horas que, bajo esa desvencijada sombrilla, dormitaba relajada, mirando al mar cada vez que volvía a salir de sus ensoñaciones.... Desde su tumbona de colores chillones, giró con calmada melancolía la cabeza hacia el sur y, a pesar de que ya hacía 3 semanas que había llegado allí, la rotunda solemnidad de aquella inconmensurable bahía, plena de pequeños islotes pelados, con ese azul cobalto intenso de aquellas aguas, típicas de la Baja California, tan solo rasgadas aquí y allá por las cenefas blancas que las ballenas bordaban de vez en cuando en la superficie....como un asíncrono latido del océano.

Toda aquella inmensidad la hacía sentirse minúscula. Acostumbrada a las agotadoras playas de su lejano Mediterráneo, aquella, de pendiente suave, matorrales salvajes y absolutamente nadie más que ella, le provocaban sensaciones complejas. ¿Nadie?..A lo lejos, un perro grande paseaba agitádamente, entrando y saliendo del agua, seguido con parsimonia por un hombre que, con los brazos a la espalda, paseaba en dirección a ningún sitio.










Lo observó con disgusto. Hasta ese momento se sentía la dueña de la playa. Frunció el ceño, pero rápidamente alejó esa estúpida idea de su cabeza, recostándola y volviéndose a dejar abrazar por ese sueño dulzón, cálido, bañado en aire que venía del mar azul, que tanto le gustaba.
A su lado, un bolso de esparto, tejido a modo de funda de cántaro, como los habitantes de aquella soleada y tranquila parte de Méjico llevaban haciendo generaciones, se puso de golpe a sonar, de manera estridente, desagradable.
Con fastidio se incorporó y sintiendo una sana envidia observó cómo a unas decenas de metros, ambos, perro y amo se habían sentado. Antes de contestar al teléfono movil, pensó cómo estarían sus tres amores, Roco, Chus y Marcos....sus dos perros y su hijo, quienes habían quedado en casa al cuidado de Eleonor, su amiga y antigua compañera de piso de los tiempos en los que llevaban pegatinas contra la Guerra...Ya no recordaba siquiera, qué guerra fué aquella...
“Señora, la cena está preparada“, le dijo una suave y educada voz de encantador acento mejicano. Era Rosita. Se encargaba de que no le faltara nada mientras estaba alojada en la Casita Azul...su paraiso....conclusión inevitable de una larga historia que, por conocida, no quiso recordar....
Se levantó y sin verguenza alguna, se desperezó cuan larga era. Giró su cara a la brisa que se hacía cada vez más intensa, y echando un último vistazo a la playa, dudó si dejarlo todo allí....Como cada día, volvería después de cenar, cuando las estrellas se acercan al océano para limpiar su brillo y renacer aún más brillantes y poderosas mañana....No se podía acostumbrar. Allí, nadie tocaba nada; a nadie se le ocurriría llevarse algo que no fuera suyo. Aquellas gentes vivian de verdad, dsifrutando de la naturaleza violenta de su entorno, del aire que les transportaba mar adentro, de los pájaros del cielo que se alejaban cada temporada, del borde del desierto que siempre los asustaba....
Orgullosa de su cuerpo, perfecto, tostado por el sol, torneado por las caminatas y carreras que daba por la playa, ni siquiera llevaba un suave pareo para cubrirse. Anduvo hacia la casa con paso firme, cruzando los metros de arena que la separaban del camino de tablas de madera que el primo de Rosita, Pablo, ese anciano encantador siempre sonriente, había extendido desde la casa para ella.
Ni siquiera se preocupó de su teléfono ni del libro que a ratos leia, un ejemplar de bolsillo de El Rey Negro, lectura banal y relajada. No le apetecía pensar. Había llegado allí decidida a dar un vuelco al torbellino de incosciencia en lo que se estaba convirtiendo su vida.
Pimientos asados, con patatas enchiladas, salsa de yuca y una ensalada de un tomate raro, pequeñito y dulzón que se criaba por allí. Rosita además se esmeró en un bizcochito de chocolate y canela, que aprendió ha cocinar cuando sirvió en la casa de una rica heredera, en Santa Fé. Sabía que a su preciosa y jovial invitada le encantaba.
Agradecida, ella se acercó por detrás a Rosita en la cocina, a hurtadillas, aprovechando que siempre iba descalza, y la abrazó con cariño y firmeza por sorpresa como muestra de agradecimiento...Las dos rieron sin parar un buen rato.
Tras 20 minutos tumbada en la inmensa cama de su dormitorio, mirando a la playa a través de una elegante arcada enlucida de azul brillante, como el resto de la casa, dejó su biquini sobre el borde de la pileta que había junto a la cama. Desnuda, con esas blanquísimas marcas que parecían pintadas en su cuerpo, se embadurnó completamente en un aceite de esencia de bergamota que casi por encanto, éste absorbió rápidamente.
Al volver al dormitorio, mientras buscaba su vieja camiseta y el jersey que se había traido de España, pudo sentir el olor de ese mágico café que tanto le gustaba. Malta, achicoria, cardamomo, vainilla, canela y claro, café. Le recordaba a las oscuras callejuelas de esos pueblos del sur de Marruecos donde la amabilidad de sus gentes aún era superior a su deseperación. Seguro que Pablo ya se lo había dejado junto a la tumbona de la playa. Una minúscula braguita completó el vestuario para su cita diaria con las estrellas.
Al llegar, plegó la inmensa sombrilla y durante un par de minutos, con los brazos cruzados, miró sin ver al infinito, antes de atreverse a elevar su mirada hacia el cielo,...ese cielo que los primeros días le hacía llorar.
Se acurrucó en la suavidad de su trono, y encendiendo una minúscula lamparita, alargó el brazo y, mientras hurgaba en su bolso y se hacía con el libro, su mano libre ya había hecho que paladeara ese aromático café...
Mientras dejaba la gigantesca taza de barro en la bandeja, observó cómo, a unos metros frentre a ella, el perro de aquel hombre, sentado y relajado, la observaba. ¿Donde estaba el hombre?.
No le importó. Se volvió hacia su minúsculo reducto de luz donde al abrir el libro, una hojita de papel de seda se escurrió de su interior. La cazó al vuelo y, el corazón se le paró.
“No volviste, mi Preciosa Sultana, así que he venido a por ti....Cuida de él. Pronto te llevará hasta mi...“
Su cuerpo, sin querer, se quiso levantar, sin obedecer a la mente, consiguiendo tan solo, volcar la tumbona, que hizo caer la lámpara, que claro, se apagó. Cayó de lado, sobre su brazo derecho, cuya mano aún agarraba aquella pequeña tira de papel y, así, en la inmensa oscuridad de la playa, que la envolvía, que la hizo sentir una punzada de placer orgásmico y miedo a la vez en su pubis, levantó la mirada. Aquel perro, caminando lentamente se acercó y, como enseñado por un espíritu mágico superior, se volvió a sentar a solo un par de metros de sus descalzos pies. Era un labrador canela; colgado en una pequeñita placa llevaba impreso su nombre: “Bolero“.

No hay comentarios:

Publicar un comentario