VUELVEN LOS ÁRBOLES AMARILLOS...

VUELVEN LOS ÁRBOLES AMARILLOS...

Penumbra en silencio...

Penumbra en silencio...

COLORES MAGICOS EN MIS ARBOLES

COLORES MAGICOS EN MIS ARBOLES

COMIENZA UN NUEVO DIA...

COMIENZA UN NUEVO DIA...
...EN MI DESIERTO...(Erg Chebby)

sábado, 27 de febrero de 2010

NOSTRADAMUS














Esto es una profecia de Nostradamus..

“DE TIERRAS CON NOMBRE DE ANIMAL, VENDRA QUIEN GOBIERNE A LOS IBEROS,
ADORARA A REYES NEGROS Y ABRAZARA RELIGIONES EXTRAÑAS,
Y LLENARA SU PALACIO DE BUFONES Y ADULADORES.
USANDO SU PROPIA MASCARA DE BUFON, TRAERA CONSIGO EL HAMBRE,
LA POBREZA Y LA DESESPERACION....”


Centuria XI de las Prophéties, Michel de Nostradamus


ZAPATERO ES DE LEÓN......

jueves, 18 de febrero de 2010

Capítulo IX: "Duty Free"







Por la mañana, cuando las luces del alba comenzaron a acariciar su piel, se supo sola antes de girar su cuerpo, que miraba hacia el portalón, desnudo, aún sudoroso, y que ocupaba el extremo derecho de aquella inmensa cama.
Volvió a su casita azul, paseando por el camino estrecho que ronroneaba entre esos arbustos que, de repente, sin ninguna justificación, respetaban la playa, dejándola límpida, pura, virgen.... Ocho días después se encontró, como si la pesadilla empezara al despertar, en la incómoda silla de su anodino trabajo. Era lunes. Llovía. Sólo hacía unos minutos que se había sentado. Sintió la incómoda minifalda como ajena; ese discreto pero caro tanga no acababa de encajar. “No compraré más en los duty free“, pensó. Para su desesperación, en ese momento entro en el centro la jefa de calidad, con su aire de suficiencia, con sus ademanes exagerados, su apariencia de pija “demodé“, su...No le dió tiempo a pensar más. Siempre la ignoraba y entraba sin ni siquiera decir buenos dias. Pero esta vez se dirigía directamente hacia ella. Se envaró en el asiento y sintió un ligero pellizco bajo la incómoda y exageradamente corta falda del uniforme de trabajo. “He de recortar la etiqueta del tanga“, pensó.
“¿Tu te has creido que que soy tu criada?“. Le espetó a bocajarro la jefa, soltando unas bolitas de saliva que intentó evitar.
Le arrojó un paquete envuelto en papel de estraza, recio, con un cordel basto y una antigua etiqueta de correos. “La próxima vez le dices a tu chulo que te lo entre él.“
¿El?. Alguien la había parado al otro lado de la calle, cuando salió de su ostentoso BMW, y le había entregado aquel paquete para la chica de recepción. La jefá, a pesar de su altivez, no fué capaz de resistirse a la mirada fija y penetrante con la que aquel grandullón la taladró. Ni siquiera ella fué capaz de replicar. Tan solo obedeció. Por eso se acababa de desquitar con su subordinada.
¿El?. Salió corriendo, ignorando la mirada de desdén con la que la estúpida jefa de calidad la miraba mientras se metía en el ascensor y, ya fuera, miró a uno y otro lado de la estrecha calle. Casi no había nadie. Acababan de dar las 10 en el reloj de la catedral, a 3 ó 4 manzanas de allí. La tienda de vestidos de novia de enfrente, aún estaba cerrada. La chica de la inmobiliaria estaba agachada manipulando un pesado candado que bloqueaba el cierre metálico. Tan sólo la cafetería del local de al lado, parecía tener algo de vida. Corrió dentro y con desesperación miró a ambos lados, a la barra y a la hilera de mesas que se alineaban junto a la mugrienta pared pintada de azul añil alguna vez. Sólo consiguió que las miradas de los 4 albañiles de la obra de la esquina se giraran para desnudarla con la mirada, mientras seguían con sus carajillos de media mañana. Parada en la entrada, con la escandalosa máquina tragaperras a la izquierda y con un gordo con apariencia de no haberse lavado el pelo en quince años a su derecha, que se agachó para recoger un paquete de la máquina de tabaco mientras descaradamente le miraba las piernas....
Se recompuso. Instintivamente estiró la minúscula minifalda y salió. A un lado y otro de la calle no se veía ni un alma. Tan solo un todoterreno grande y gris que se acercaba desde un par de travesías y que pasó ante ella desesperándola justo cuando quiso cruzar la calle.
Llegó hasta la esquina de la corsetería, junto a la portería del único edificio que aún tenía portero y que barría en ese momento la acera, como si fuera su más preciada propiedad. Se le acercó.“Hola Matías, ¿Has visto un hombre grande pasar por aquí?“. El anciano se giró y, con esa triste y derrumbada mirada que sólo se iluminaba cuando ella le llevaba un par de donuts a medio dia, sonrió y le dijo que no, que acababa de salir porque había estado recogiendo el barro con el que algún descuidado vecino había manchado su imaculada portería de mármol. Sin ningún interés en la conversación que el viejo quería iniciar, dedicándole una discreta sonrisa de agradecimiento, se dió la vuelta y echando una última mirada a ambos lados de la calle, triste y cabizbaja, volvió a su trabajo.
El paquete, que deslió en un instante, arrancando a tiras el papel, duro y recio como el cartón, contenía un pequeño librito de mapas de carreteras, una bolsita de tela, un sobre amarillo y una caja de cartón pequeña.
Estaba temblando. No sabía de qué se trataba todo aquello, pero su interior, su alma y, la humedad de su sexo que empezaba a notar, querían...no, deseaban que fuera “Él“.
Un grito seco, metálico y desagradable, salió de repente del intercomunicador que, junto a su pantalla de ordenador, eran las únicas cosas que ocupaban espacio en su gigantesca e inutil mesa...junto a la caja, claro.
“Sube inmediatamente a mi despacho que has de compulsar urgentemente unas valijas para mensajería.“ “Odio a esta puta bruja“, pensó. Sin poder concentrarse en otra cosa, a toda prisa tanteó la bolsita de tela, donde notó algo pesado y frio, abrió el sobre, donde había una arrugada foto de una especie de ermita junto a un lago, con unos preciosos árboles de hojas amarillas alrededor. En la cajita de cartón, envuelta en algodón, había una pieza de ajedrez tallada toscamente en piedra verde clara. Un caballo. Lo miró como hipnotizada. Del librito de carreteras, sobresalía una estrecha tira de papel. Lo reconoció al instante. “No volviste, mi Preciosa Sultana, así que he venido a por ti....Cuida de él. Pronto te llevará hasta mi...“. Marcaba una página donde con rotulador en el mapa, un círculo marcaba un pueblecito. Su pecho no se movía. Estaba conteniendo el aliento. De su mano izquierda, de la bolsita de tela, se escurrió una chapita que ponía “Bolero“. El antifaz negro asomaba silencioso.

lunes, 15 de febrero de 2010

El Zafariche. Cap.2







Muy lejos, una brisa fria y constante azotaba la más alta de las atalayas de la recuperada fortaleza de Lorca, donde una mirada dura y dolorida, cansada,...triste, miraba en dirección a la lejana sierra que formaba la frontera con el enemigo, donde las cuestas se empinaban, donde los barrancos se hacían cada vez más oscuros y peligrosos. Sabía que allí el sarraceno se sentía seguro, sabedor de que no lo podrían vencer. Así había sido durante decenas, cientos de años. Pero en esos momentos de honda pena, de miedo, de derrota interior, su estricta educación le hacía respirar hondo y tener fé. De niño, los monjes con los que convivió antes de que su padre lo hiciera llamar a las armas, le explicaron cómo hacía ya siglos, un cristiano incansable, luchador de fé, soldado de su patria, derrotó a las tropas moras en Covadonga, en las lejanas tierras astures. En esa época, el poder musulmán era incuestionable y desde la otra punta de la península, desde la poderosa Córdoba, su emir sarraceno, Ambassa, envió miles de hombres para aplastar a los insurrectos pastores montañeses, al mando de Al Qama. Pero recordó cómo sus maestros le recitaban, más que contar, cómo fueron vencidos. El reino Bereber de Munuza, que señoreaba en Gijón, fué derrotado y sus gentes desterradas. Hacía más de 700 años de aquello, pero aún era el alimento que movía los corazones de los reyes castellanos, aragoneses...y de sus súbditos. Tantos años de odio entre hermanos, habían conseguido que sólo el miedo fuera el alimento que hacía posible esa revolución. Sabían que nunca podrían convivir. Su cultura, gris, fria, con hondos rencores, henchida de falsos miedos y de escasas esperanzas, no había podido luchar contra el explendor y la vitalidad de la fé de Mahoma. Miles de ellos se dejaron simplemente absorver. Otros miles se convencieron de verdad, llegando a ser los más fieros luchadores contra los que antes eran sus hermanos. Pero al fin, la decadencia de la virtud mal entendida giró la rueda del destino y, el miedo que antes atenazó a las gentes cristianas hasta hacerlas sucumbir de mil maneras, ahora les hacía avanzar contra el musulmán. Infieles; así era como los llamaban a ellos, a aquel ejercito reunificado en la fé y en el interés, pero sobre todo en la fé. Una fé mucho más antigua que la de ellos, mucho más humana, mucho más rígida y manipulada, pero hasta esos tiempos, mucho menos intensa. Eso fué lo que los perdió, su debilidad de espíritu, frente a la energía de quienes, partieron de las áridas tierras africanas con la intensidad de la unión absoluta, ciegos de convencimiento.

Girando su cansado cuerpo, dejó a sus espaldas la causa de sus actuales miedos, contemplando a sus pies la fértil llanura, que se extendía de norte a sur. Hacia levante, entre las sombras de la noche cerrada, vislumbró las colinas de Purias y de Miñarros. En unas pocas horas, antes del amanecer, iba a iniciar el asalto final a aquellas ramblas. Seis meses le había costado reunir un pequeño ejército de caballeros y soldadesca de fortuna, para intentar recuperar Al-Akila, Águilas para los cristianos, la entrada por la costa de la poderosa Al-Andalus.

Aparecerían por donde menos les esperaban, por Purias, hacia el castillo de Tébar, que atacarían a mediodia, cuando desprevenidos los confiados moros, bajaban al arroyo de Chiecos a por la escasa agua que escurría entre baladres, higueras y romeros.

Luego esperarían a la noche, protegidos en la estrecha rambla del Charcón, para amanecer a los pies del cerro donde la torre mora oteaba el mar, en busca de las naos cristianas que osaban aventurarse por aquellas aguas. Ni siquiera estaba fortificada. El pequeño poblacho, no era más que unos cuantos chamizos de pescadores que malvivian a los pies de la incierta seguridad de la torre de vigilancia. La sierra de media luna que les aislaba de las tierras del interior, les protegía de las andanadas de las huestes cristianas, pues estaban fuera de las rutas directas al corazón del imperio musulman.

Sonrió para sus adentros. Iba a ser por mitad de esa media luna por donde sus soldados, los de Don Pedro de Fajardo y Chacón, cerrarían el cerco hacia el mar. Sería una empresa fácil, pero eso no hizo que dejara de pensar en su hijo. ¿Lo habría conseguido?

Cansado, pero sin sueño, quizá por la excitación contenida, bajó de la torre Alfonsina, que así la llamaban los habitantes del valle desde que el rey Sabio, un par de siglos antes, la hiciera levantar. Un traspiés le hizo casi caer; aún libre de parte de su armadura, su cuerpo agotado, se restregó contra la mureta de sillarejos bordes, casi sin labrar, que demostraban la rapidez con la que en su día se construyó, sin lujos, sin adornos, quizá por el miedo con el que el moro había arrinconado sus corazones. Apoyado un instante sobre el abocinado de la saetera mayor, vio, cercana, la otra torre, la del Espolón, con una enorme bandera multicolor, con un gran caballo blanco entre bandas de oro, gualda y azules. Su enseña, gastada y con un mástil herrumbroso, que su fiel comandante, Lucas de Zulema, compañero y amigo, infante del Señor de Ves, se apresuró a colocar en lo más alto nada más fué recuperada la fortaleza. Al llegar al pie de la muralla, donde los carpinteros se afanaban en reparar el destrozado portalón, se sintió seguro por primera vez en muchos dias, cuando al levantar la mirada vió decenas de pequeñas hogueras y sus hombres alrededor. Sus fieles soldados de ese pequeño ejército, que luchaban quién sabe por qué; por su Dios, por sus Reyes, por su Señor, por la esperanza... Allí, entre la penumbra, débiles latigazos de luz rojiza, con los que las llamas luchaban contra la oscuridad total de aquella noche sin luna, cuidaban el sueño de su soldadesca, que, sabedores de la premura de su señor por avanzar, ni siquiera montaron sus tiendas. Dormian al raso, amontonados, entre bultos de guerra, restos de comida, olores ácidos, humo, brasas en rendición y cuatro perros que rapiñaban lo que podían en silencio. Anduvo con cuidado, esquivando armas y herramientas de muerte, ropajes sucios y malolientes, hasta alcanzar su puesto de mando, donde aún varios de sus alféreces discutían cuál sería la mejor manera de proceder al amanecer. Sabedor de ser espiados por cobardes oportunistas, enfadado entró en la tienda y con firmeza, pero sin gritar preguntó:

.-"¿Por qué no se ha montado el campamento conforme a la orden de batalla, con las tiendas, guardias, puestos de avanzada y todo lo demás?. Cualquier bastardo sin imaginación se habrá dado cuenta de que partimos al manecer y estará ahora llegando a Tébar."

.-"Creimos que era mejor dar descanso a los hombres que gastar energias en todo lo demás", contestó el de Zulema con cierto aire de decepción.

.-"Da igual. Despiértame a su hora. Quiero estar subiendo Purias antes que el sol aparezca. Hemos de llegar al anochecer a ver la torre de Aguilas desde el Charcón y antes hemos de dar volete al castillo Tebar.

Nadie dijo nada. Dejaron pasar a su señor quien, como cualquiera de ellos, se tumbó sobre unas alforjas desgastadas de esas que llevaba la intendencia para guardar los sombrajos. Cayó rendido e inmediatamente cerró los ojos, dejándose abrazar por el cálido manto del sueño, que lo protegía del frio relente de aquella noche de diciembre. Ni siquiera le dió tiempo a sentir la incómoda trabazón de sus cinchas, de sus ropajes, de su espada. Nada sería capaz de alterar ese sueño de pesadilla pero reparador en el que cayó en el acto. Lejanos quejidos de los heridos de ambos bandos junto a las ráfagas de ese viento helado que, desde el sur, parecía bajar de las atalayas nazaríes, donde la nieve protegía aún más sus dominios, eran los únicos sonidos que a esas horas tejían la atmósfera del improvisado campamento. Las brasas de las estériles hogueras, incapaces de calentar a nadie, se ahogaban entre jirones de niebla que parecían helar aún más a toda aquella masa de cuerpos embrutecidos que dormian sin descansar.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Capítulo VIII: "Atari"







Atari – Una piedra o una formación se encuentran en 'atari' cuando están bajo amenaza de captura inmediata (similar al 'jaque' del Ajedrez). La posibilidad de avisar al contrario sobre tales situaciones, diciendo simplemente 'atari' es algo que debe ser acordado antes de comenzar a jugar.(Juego BADUK Japonés)




“¿Así que te llamas Bolero?” Preguntó al precioso animal que no cesaba de mirarla con cierto halo angelical…El perro giró un momento la cabeza como queriendo hablarle y se tumbó a sus pies. Ella sonrió. Metió el libro en el bolso, el papelito y cogiendo al vuelo su cesta de bolso se dirigió a la casa seguida devotamente por Bolero.
“Rosa!!, Rositaaaa!! ¿Dónde estás?” La pobre mujer salió de una de las estancias despavorida y horrorizada por los gritos con un lienzo en las manos e hilos de colores desparramándose por su albo delantal. “¿Qué pasó Señora? ¿Qué sucedió?”
Ella la miró y con los ojos le rogaba sinceridad a la pregunta que iba a hacerle en breves segundos. “Rosa, ¿ha venido alguien preguntando por mi desde que estoy aquí?”. La pobre mujer bajo los ojos abochornada y emitió un suspiro de culpa. “Rosita, por favor, respóndeme, es muy importante”.
Bolero se había quedado tumbado en el portal principal observando la escena como estupefacto, sabiendo exactamente que debía hacer en esa ocasión. Rosita miró al perro y contestó:



“Señora, hay un perrito en la puerta.”
“Rosa, lo sé, no me evadas, dime si alguien ha venido preguntando por mí. “
“Si Señora. El me rogó que no le platicara nada Señora. Vino a los dos días de usted llegar aquí. Pensé que era un amigo de Don Javier, porque el Señor llamó para que le tratara bien, que son amigos.”
“¿Qué pinta aquí Javier Vega? Pensó ella… Dios mío, ya no entiendo nada.” “Dime Rosa, ¿quién era el Señor que vino? Quiero saberlo todo, y no me mientas.”
“No se me enoje Señora, el vino a preguntar por usted, yo le conté que había llegado a dos días, era alto, guapo, muy educado, tiene aspecto de listo Señora, no como los chavos de aquí que llevan el comal en el cinturón Señora. Ha venido más veces, pero no quiso que usted supiera nada. Lo siento Señora” Y la pobre bajó los ojos hasta hundirlos en el fondo de su inmaculado delantal cubierto de hilos y algo de vergüenza por la traición.
“No te preocupes Rosita…tranquila, no pasa nada”. Ella se dirigió a su dormitorio seguida por el devoto e incansable Bolero y decidió terminar con este asunto. El grado de entusiasmo que corría por sus venas era tanto como cuando él la tocó por primera vez, aquel beso… la habitación, el antifaz (que aún conservaba), lo recordaba cada día, cada segundo…ese hombre era como un tatuaje en su piel, con ella siempre, imposible de borrar… Una vez en su dormitorio, se cambió de ropa interior, bonita, sexy y negra... y se deslizó un vestido largo de color blanco de seda bruta (como lo llamaba Rosita) que ella había confeccionado y que se
ajustaba a su cuerpo como una segunda piel. Se observó en el espejo, y esbozó una sonrisa malévola, alimentándose de su propio reflejo y alienándose de poder, o de pasión, o de excitación, o quien sabe qué…Se azuzó el largo cabello negro y así descalza y vestida de ansia salió del dormitorio cuando Bolero la interrumpió. Lamió sus tobillos con delicadeza y ella pareció entender que la siguiera. “Vamos Bolero, llévame hasta él” Y el perro dispuso la marcha. La llevó a la playa, y trotaron por la playa conocida para ella hasta un paraje coronado de Torrey Pines, pinos altísimos oriundos de California y que inundan con su fragante olor las noches y tardes de la zona. Bolero la guió hasta uno de ellos y para su sorpresa, clavado en ese pino había un sobre. Lo abrió con estupor y muchos nervios “Mi querida y preciosa Sultana, tu, que creías que nadie te sorprendía… jajajaja…ven, y cántame ese bolero que me debes”
El perro comenzó entonces a correr hasta una de las casas que había justo detrás del pequeño bosque de Torrey Pines. Nunca se había ocupado o preocupado de saber quien estaba allí. No era una prioridad para ella. Corrió detrás de Bolero como pudo y al llegar a una de las casas el perro se sentó. Ella supo que en esa casa iba a entonar, a tararear ese bolero que tanto había “ensayado” en su imaginación. Llamó al timbre y se abrió la puerta… de nuevo… todo resultaba tan familiar… En el jardín, tapizado de velas enormes y perfumadas y antorchas de llamas azules había un tablero de ajedrez con algunas figuras finamente talladas y de un tamaño considerable, una Reina Negra, un Caballo Blanco, un Rey Negro, un par de peones y dos torres de cada color. Pisó el tablero y tomo entre sus frías manos el Rey Negro. En la piscina iluminada flotaban inconscientes Water Lilies moradas. Ella observó el escenario como si de una niña se tratase… El perro se paró en la entrada principal como queriendo indicarla el camino y se marchó. Allí quedó ella, en la puerta, con el Rey Negro entre sus manos, acariciándolo… se lo llevo a la boca y lo rozó con los labios sin motivo alguno y empujó la puerta del… Edén, tal vez???
Cuando entró en la estancia el olor a naranja, nuez moscada y bergamota la hizo estremecerse, al fondo, una chimenea encendida chisporroteaba quejándose y un hombre en la penumbra, acomodado en un enorme sillón orejero, silbaba un bonito bolero… “Entra, ven…”
Ella obedeció manejable y sumisa y él le indicó un bonito colchoncillo que reposaba entre la chimenea y él. Allí, sentada con el albor del fuego en la cara de aquel hombre, ella lo observaba como queriendo aprender y memorizar cada uno de sus rasgos… Había olvidado sus ojos, oscuros, o eso pensó, rebosantes de vehemencia, su cabello grisáceo casi empezando a caer sobre su robusto cuello, sus dientes, blancos como perlas de Kobe y alineados perfectamente como en un desfile militar se organizan los soldados. Sus manos, que recordaba bien, callosas y recias, pero fuertes y cálidas. El se acercó a ella sin levantarse, y con su dedo pulgar le acarició los labios. Ella se dejó sin mediar palabras entre ambos. Ella pensó que era mucho más atractivo de lo que recordaba!! Y con don clarividente, el sonrió sin dejar de acariciarle la boca… Cuando ella cogió su mano con las suyas, él la miró extrañado, y mientras ella besaba esa mano que había profanado sus íntimos rincones tantas veces, ella alcanzo a decirle: “Tal vez sea el momento de que oigas el bolero más bonito del mundo” Con una sonrisa perfecta, el contestó: “Primero permíteme que te mire. Solo quiero mirarte.” Se giró sobre el sillón y le ofreció una copa de cristal mexicano, áspero y bronco con un liquido amarillento fresco… vino… ¿español quizás? Aquel fue el único momento que dejo de mirarla para volver a hacerlo con los mismos ojos de arrebato, de soberbia…el Rey Negro reposaba
entre sus muslos dorados… presagiando, profetizando que aquella seria una noche de Atari. Y así quedaron, mirándose el uno al otro, aprendiendo sus rostros frente a frente, el solo sonreía, y a veces, parecía que sus pestañas acariciaban con suavidad infinita el rostro de esa mujer morena…Ninguno de los dos supo cuanto tiempo transcurrió, hasta que él interrumpió el oscuro silencio y dijo: “Eres bonita mi Sultana…pero tus ojos están abatidos, lloras porque no encuentras a quien querer.” Ella sonrío. Había aprendido su juego. “Dime Sultana, ¿me amarás a mi esta noche?... Solo una noche.”


Ella hizo ademan de levantarse, con el Rey Negro entre sus manos, y antes de que se diera cuenta, el se levanto de su cómodo sillón, Dios, no recordaba su altura… y se inclinó a cogerla… la levantó como si de un delicado objeto se tratase, con dedicación la llevo a un dormitorio con una inmensa cama. En la puerta la beso. Un beso… ese beso… esa lengua retozando con la suya de nuevo, sus dientes que mordían con ternura sus labios carnosos, esas esencias tan intensas que estimulaban todos sus sentidos… “Dios mío, para el tiempo ahora mismo!”
Por primera vez, ella se atrevió a decir”Si lo deseas, esta noche te amare… solo esta noche. Será de forma que lo recuerdes siempre, y tal vez, jamás seas de nadie más que mío”
El la miró y ella entonces fue quien le beso…

martes, 9 de febrero de 2010

Te olvidaré



"Que vas hacer cuando te sientas sola,
que vas hacer cuando tu sientas frío,
que vas hacer cuando el llanto te arrope
y no puedas continuar,
que vas hacer cuando tu nuevo amigo
no te complazca a ti en la cama,
que vas hacer cuando quieras tenerme
y no sea posible ya

Me olvidare de lo que un día vivimos,
te borrare de todo mi pasado,
haré de cuenta que nunca te quise
te olvidare amor

Que vas hacer cuando estés sufriendo mujer,
cuando tu llanto no puedas contener,
cuando no sientas mis caricias en tu piel,
cuando tu quieras volverme a tener,
cuando tu sientas el corazón vacío
y solo puedas llenarlo conmigo
y te des cuenta
que fueron mentiras las cosas
que te ofreció aquel amigo

Para olvidarte haré de cuenta
que en mi vida no fuiste huella,
solo una espina en mi camino
que se interpuso en mi destino,
te olvidare, te enterrare,
te sacare de mi mente
para no sufrir más por ti

Que vas hacer cuando no estés conmigo,
que vas hacer cuando tú sientas frío,
que vas hacer cuando estés en la cama
y no me puedas olvidar

Me olvidare de aquellas noches contigo,
de las locuras que juntos hicimos,
de tu manera de hacer el amor conmigo,
olvidare el primer beso que nos dimos,
te olvidare, te sacare te borrare de mi mente,
para no pensar mas en ti

Que vas hacer cuando te sientas sola,
que vas hacer cuando tú sientas frío,
que vas hacer cuando el llanto te arrope
y no puedas continuar.

Te olvidare, yo te olvidare, te olvidare,
yo te olvidare, te olvidare oh oh oh,
para no sufrir mas por ti…"
(Da Family)

El zafariche. Cap.1



Un frio intenso y espeso, que calaba todas las fibras de su ropaje, cubierto por un raído jubón, testigo de mil encuentros, de mil lances, hizo que estirara el espinazo, que contuviera su aliento un momento, para hacer creer a su huesudo cuerpo, que no era real. Un sayón recio, robado de una caseta a los pies de la loma que se herguía frente al fortificado palacio, cubría todo el ovillo en el que la noche había convertido su cuerpo.
Había estado rondando al atardecer la casona de Moraima, la vieja matriarca que proveía de servidumbre al complejo entero; todas las necesidades del Rey, llegaban a sus oidos y, sin saber cómo lo conseguía, cumplía con todas las expectativas; fuertes trabajadoras, robustas amas de cria, expertas cocineras, bellas jóvenes, esclavas....
Durante horas estuvo sentado sobre sus doloridas posaderas, junto al brocal de un abandonado aljibe, observando como ausente el ir y venir de mujeres arriba y abajo, por las ocho sendas que cruzabán el barranco, el Albaicín lo llamaban. Aquel enmarañado panal de huertas, escalonadas, casi todas iguales, perfectamente ordenadas, y regadas con el abundante rebose de las fuentes de la Alhambra. Ese movimiento de sedas, que parecían llevar en vilo a esas horas los cuerpos de las mujeres, eran como querer coser los bancales con festones de colores. La vista relajada, el ánimo en pié, pero permanentemente atento. Sin embargo el miedo le erizaba el alma; era un cristiano en tierra extraña.
Ya entradas las sombras de aquella triste noche sin luna de diciembre de 1483, se deslizó cruzando el barranco encharcado y maloliente, hasta la muralla mayor, justo donde la maraña de matas, cañas y brozales era más densa.
Nadie lo vió.
Y así, dejó pasar entre ensoñaciones las horas hasta que la quietud de la noche llegó a dar miedo.
Se estiró de golpe a sentir que había llegado la hora. Al incorporarse, el sucio pañoletín con el que se había cubierto la cabeza, cayó a tierra y se enganchó en las espinas de un esteril zarzal. Maldijo entre dientes y, con rabia, arrancó la tela y la guardó en su saco de mudas. Este era un bolsón de viaje, típico en aquellas tierras entre los pequeños mercaderes de quincalla, que utilizaban para llevar firmemente pegados al cuerpo los pocos doblas y axarcos con los que compraban las mercaderías que luego revendían al menudeo.
Sin embargo él no llevaba monedas. Su alforja pesaba como un cadaver de 5 días. Una daga castellana, dos cuchillos y un guante raido de cuero recio, de su equipo de las reciente batallas, envueltos en telas viejas de lino y lana, para evitar el traqueteo. Recordó cómo ese mismo año pudo perder la vida en el asedio de Arenas, cuando la milicia de Antequera intentó tomar la fortaleza. Allí se perdieron muchas vidas y no se pudo romper el cerco. Parte de la tropa, incluido él, cansada y en busca de algo de lo que subsistir, se unió al ejército del Adelantado de Andalucía, Don Pedro Enríquez. El castillo de Moclinejo, más tarde llamado de Málaga cuando se derribaron las murallas, señoreado por el reyezuelo Muley Hacén, fue tomado y saqueado. También Algarinejo, Alhendín y al final, en Abril, Lucena; se combatió y se venció a Muley Boabdil, Rey chico de Granada. Orgullosos por la victoria, el Señor de Lucena y el Conde de Cabra, lo hicieron preso y, felicitados por los "Católicos", se prestaron a seguir con la guerra. Más tarde Huétor Tájar cae en Junio y al inicio del otoño lo hace también Algodonales y Zahara.
La Reconquista estaba llegando a su fin. Pero aún faltaba mucha sangre que derramar en nombre, como juraban ambos bandos, de...Dios.
Había recorrido muchos caminos, luchado en muchas batallas. Había sentido un miedo intenso cada una de las veces que su acero castellano, robusto pero muy pesado, se había batido con esos malditos alfanjes de hoja ancha y curva. Si acertabas a la primera, se quebraban. Pero si no, su respuesta era tan rápida, que no había caballero, soldado o esclavo cristiano que no contara con varias profundas cicatrices en sus brazos.
Pero él, había desarrollado una técnica cercana, de pontencia y agilidad, que desarbolaba el movimiento de su enemigo. En una mano la larga y pesada espada, en la otra un largo y afilado puñal de acero veneciano, que recogió de un muerto en una de las batallas en Gandía. Ya no recordaba si fué allí o en Denia. Dejó de pensar en eso cuando palpó el bulto que su compañera metálica de armas ocupaba entre sus brazos. Se sintió más seguro.
El resto de su equipaje lo tuvo que dejar abandonado entre jaras enredadas, en una de las veredas que bajaban de la montaña. Él era allí el enemigo, no debía olvidarlo.
Ató alrededor de su cuerpo el hatillo, liberó la pesada espada de su piel de lino, la admiró un instante, acariciando con sus manos ateridas la hoja, ligeramente desenvainada, donde imaginó, más que vió, las tres letras que su padre había hecho grabar hacía ya 5 años y, encinchando el correaje a su espalda, con más fé que confianza, comenzó a escalar la muralla en un pliegue que ésta forma bajo el Partal, en la zona más oscura de todo el complejo.
Aunque eran tiempos de guerra, los nasris o nazaríes se sentían seguros en su fortificada atalaya. Los pocos espías cristianos que habían vuelto de la ciudad, contaban cómo una majestuosa e imponente fortaleza, de murallas altas y robustas y torreones de vigilancia por doquier, coronaba aquella colina desde la que se divisaba todo el valle del Darro, aquella fértil huerta que mantenía abastecido al reino de las montañas. Nadie pudo entrar en la fortaleza, donde se creía que acantonaban imnumerables tropas del rey musulman. Era el sueño de conquista de los castellanos y su peor pesadilla al tiempo.
Terciaba la noche cuando mirándose las manos, sintió sus dedos agarrotados, pero decidió al fin iniciar el ascenso. Se agarró a cada uno de los salientes y grietas de la muralla y, así, asustado pero seguro de su capacidad de sufrir, comenzó el ascenso, recordando sus tres letras, JFC; Juan Fajardo Chacón.

Que te quiero

"Que te quiero, tú lo sabes;
que te quiero de verdad.
Repetirlo es tontería,
pero a ti no te da igual.

Que te quiero, ¿lo sabías?
Que te quiero de verdad.
Y te lo digo al oído,
así será realidad.

Que te quiero, vida mía,
chata, guapa, de verdad.
Eso los dos lo sabemos.
Te lo digo una vez más.

Que te quiero, que te quise.
De tu mano, con tus besos,
Agarrado a tu cintura,
¡el futuro a conquistar!"

(Nacho)

Tu olor

"Hueles a tierra mojada después de caer la lluvia,
a pólenes de azahares, hueles a casa y sonrisa.
Se ciernen sobre tus sienes nieves que marcan nobleza,
sobre tus brazos hay mieles y encuentra mi amor tibieza.
Tú hueles a madrugadas, a las perlas del rocío,
es tu aroma en mi almohada de jazmín y flor de lirio.
Al despuntar la mañana cuando la luna se aleja,
somos la hebra y la lana... en una sola madeja.
Hueles a siempre perenne, a tierra a flor y a raíz,
a esperanzas siempre verdes a árbol, menta y anís."

(Marisi)

Helena

Tu ausencia,
como volver,
de Troya,
sin Helena.

Tus ojos

Dios dijo: hágase la luz, y creó tus ojos.

Una gota de color

Eres una gota de color en un mundo mediocre, porque el negro es un color....

jueves, 4 de febrero de 2010

Capítulo VII: "El Rey Negro"







El sol se estaba poniendo, a lo lejos, en el infinito horizonte...seis meses después.
Sus pies estaban aún jugando con la suave arena de aquella solitaria playa. Hacía horas que, bajo esa desvencijada sombrilla, dormitaba relajada, mirando al mar cada vez que volvía a salir de sus ensoñaciones.... Desde su tumbona de colores chillones, giró con calmada melancolía la cabeza hacia el sur y, a pesar de que ya hacía 3 semanas que había llegado allí, la rotunda solemnidad de aquella inconmensurable bahía, plena de pequeños islotes pelados, con ese azul cobalto intenso de aquellas aguas, típicas de la Baja California, tan solo rasgadas aquí y allá por las cenefas blancas que las ballenas bordaban de vez en cuando en la superficie....como un asíncrono latido del océano.

Toda aquella inmensidad la hacía sentirse minúscula. Acostumbrada a las agotadoras playas de su lejano Mediterráneo, aquella, de pendiente suave, matorrales salvajes y absolutamente nadie más que ella, le provocaban sensaciones complejas. ¿Nadie?..A lo lejos, un perro grande paseaba agitádamente, entrando y saliendo del agua, seguido con parsimonia por un hombre que, con los brazos a la espalda, paseaba en dirección a ningún sitio.










Lo observó con disgusto. Hasta ese momento se sentía la dueña de la playa. Frunció el ceño, pero rápidamente alejó esa estúpida idea de su cabeza, recostándola y volviéndose a dejar abrazar por ese sueño dulzón, cálido, bañado en aire que venía del mar azul, que tanto le gustaba.
A su lado, un bolso de esparto, tejido a modo de funda de cántaro, como los habitantes de aquella soleada y tranquila parte de Méjico llevaban haciendo generaciones, se puso de golpe a sonar, de manera estridente, desagradable.
Con fastidio se incorporó y sintiendo una sana envidia observó cómo a unas decenas de metros, ambos, perro y amo se habían sentado. Antes de contestar al teléfono movil, pensó cómo estarían sus tres amores, Roco, Chus y Marcos....sus dos perros y su hijo, quienes habían quedado en casa al cuidado de Eleonor, su amiga y antigua compañera de piso de los tiempos en los que llevaban pegatinas contra la Guerra...Ya no recordaba siquiera, qué guerra fué aquella...
“Señora, la cena está preparada“, le dijo una suave y educada voz de encantador acento mejicano. Era Rosita. Se encargaba de que no le faltara nada mientras estaba alojada en la Casita Azul...su paraiso....conclusión inevitable de una larga historia que, por conocida, no quiso recordar....
Se levantó y sin verguenza alguna, se desperezó cuan larga era. Giró su cara a la brisa que se hacía cada vez más intensa, y echando un último vistazo a la playa, dudó si dejarlo todo allí....Como cada día, volvería después de cenar, cuando las estrellas se acercan al océano para limpiar su brillo y renacer aún más brillantes y poderosas mañana....No se podía acostumbrar. Allí, nadie tocaba nada; a nadie se le ocurriría llevarse algo que no fuera suyo. Aquellas gentes vivian de verdad, dsifrutando de la naturaleza violenta de su entorno, del aire que les transportaba mar adentro, de los pájaros del cielo que se alejaban cada temporada, del borde del desierto que siempre los asustaba....
Orgullosa de su cuerpo, perfecto, tostado por el sol, torneado por las caminatas y carreras que daba por la playa, ni siquiera llevaba un suave pareo para cubrirse. Anduvo hacia la casa con paso firme, cruzando los metros de arena que la separaban del camino de tablas de madera que el primo de Rosita, Pablo, ese anciano encantador siempre sonriente, había extendido desde la casa para ella.
Ni siquiera se preocupó de su teléfono ni del libro que a ratos leia, un ejemplar de bolsillo de El Rey Negro, lectura banal y relajada. No le apetecía pensar. Había llegado allí decidida a dar un vuelco al torbellino de incosciencia en lo que se estaba convirtiendo su vida.
Pimientos asados, con patatas enchiladas, salsa de yuca y una ensalada de un tomate raro, pequeñito y dulzón que se criaba por allí. Rosita además se esmeró en un bizcochito de chocolate y canela, que aprendió ha cocinar cuando sirvió en la casa de una rica heredera, en Santa Fé. Sabía que a su preciosa y jovial invitada le encantaba.
Agradecida, ella se acercó por detrás a Rosita en la cocina, a hurtadillas, aprovechando que siempre iba descalza, y la abrazó con cariño y firmeza por sorpresa como muestra de agradecimiento...Las dos rieron sin parar un buen rato.
Tras 20 minutos tumbada en la inmensa cama de su dormitorio, mirando a la playa a través de una elegante arcada enlucida de azul brillante, como el resto de la casa, dejó su biquini sobre el borde de la pileta que había junto a la cama. Desnuda, con esas blanquísimas marcas que parecían pintadas en su cuerpo, se embadurnó completamente en un aceite de esencia de bergamota que casi por encanto, éste absorbió rápidamente.
Al volver al dormitorio, mientras buscaba su vieja camiseta y el jersey que se había traido de España, pudo sentir el olor de ese mágico café que tanto le gustaba. Malta, achicoria, cardamomo, vainilla, canela y claro, café. Le recordaba a las oscuras callejuelas de esos pueblos del sur de Marruecos donde la amabilidad de sus gentes aún era superior a su deseperación. Seguro que Pablo ya se lo había dejado junto a la tumbona de la playa. Una minúscula braguita completó el vestuario para su cita diaria con las estrellas.
Al llegar, plegó la inmensa sombrilla y durante un par de minutos, con los brazos cruzados, miró sin ver al infinito, antes de atreverse a elevar su mirada hacia el cielo,...ese cielo que los primeros días le hacía llorar.
Se acurrucó en la suavidad de su trono, y encendiendo una minúscula lamparita, alargó el brazo y, mientras hurgaba en su bolso y se hacía con el libro, su mano libre ya había hecho que paladeara ese aromático café...
Mientras dejaba la gigantesca taza de barro en la bandeja, observó cómo, a unos metros frentre a ella, el perro de aquel hombre, sentado y relajado, la observaba. ¿Donde estaba el hombre?.
No le importó. Se volvió hacia su minúsculo reducto de luz donde al abrir el libro, una hojita de papel de seda se escurrió de su interior. La cazó al vuelo y, el corazón se le paró.
“No volviste, mi Preciosa Sultana, así que he venido a por ti....Cuida de él. Pronto te llevará hasta mi...“
Su cuerpo, sin querer, se quiso levantar, sin obedecer a la mente, consiguiendo tan solo, volcar la tumbona, que hizo caer la lámpara, que claro, se apagó. Cayó de lado, sobre su brazo derecho, cuya mano aún agarraba aquella pequeña tira de papel y, así, en la inmensa oscuridad de la playa, que la envolvía, que la hizo sentir una punzada de placer orgásmico y miedo a la vez en su pubis, levantó la mirada. Aquel perro, caminando lentamente se acercó y, como enseñado por un espíritu mágico superior, se volvió a sentar a solo un par de metros de sus descalzos pies. Era un labrador canela; colgado en una pequeñita placa llevaba impreso su nombre: “Bolero“.

Capítulo VI: "¡¡Vuelve¡¡"






!Dios mio¡
Se escarchó su piel, se erizó su aliento, y sus ojos se resistían a parpadear sintiendo el escozor propio de la ausencia de humedad. Ni siquiera pudo moverse. Estaba petrificada. Tras unos minutos mirándose mutuamente, ella y el maldito antifaz, lo cogió con rabia y lo introdujo de nuevo en su bolso y corrió hacia su trabajo.


Cuando llegó, ocupó su puesto. La mañana transcurría ajetreada, como era habitual, una socia del club con una queja sobre el vaso de compensación pequeño, otro socio con la piscina terapéutica, citas varias para el Beauty Center, otras tantas para peluquería, y mientras atendía socios y clientes, asomaba el puñetero antifaz por un ala de su bolso negro, como queriendo conversar...llamándola...
En su momento de descanso salió a desayunar sola. Quería observar detenidamente el artilugio y no deseaba compañía. "Un café descafeinado con sacarina, por favor" en un sucio y lúgubre bar que la devolvió al lugar en el que la besó... aquel beso... cerró los ojos dos segundos y lo paladeó. Fue infinito. Y dibujaron sus labios una sonrisa…
Abrió el bolso y cogió el antifaz. Lo miró, lo acarició, coqueteó con él y hasta lo arrullaba con el propósito de devolverle algo de él... y descubrió una parte áspera y brusca en el interior que no recordaba... lo giró: 657XXXXXX, un número de teléfono escrito con un bolígrafo de color plateado... vaya...
"Esto no me puede estar sucediendo a mi"... Tomó su móvil con fiereza como si de una pieza de caza se tratase entre sus frías manos, nerviosa y aturdida y marcó aquel numero. Si era él, ojala fuese él...deseaba que ese teléfono dijese"!hola preciosa Sultana!"
Primera llamada... pasaron muchas horas, al menos, eso creyó ella.
Segundo toque...nadie respondía.
Tercer sonido, por favor, coge el teléfono...deseo estar contigo... Colgó.
Se acercó el camarero a traer su café, y con una sonrisa rancia y añeja le pregunto si quería algo más. Ella giró la cabeza sin mirarle, sabía que aquel personaje pasado de moda, con olor a aceite usado y con falta de algún diente quería conversación. Y ella solo pensaba en él...
Volvió a marcar ese numero... le temblaban las manos, se dijo a si misma que era por el frio, sabiendo o quizás pretendiendo que cada número que marcaba la acercaba más hacia él.
Cuando sonó el cuarto ring... respondió un contestador automático. "Hola Mi Preciosa Sultana. Llámame antes del domingo por la tarde, al número 675XXXXXX, tenemos algo pendiente, es tu turno ahora, no me falles"
Excitada, nerviosa y bloqueada, y aunque el domingo por la tarde ya pasó, marcó ese número con iluminada codicia que acertó a apuntar en una servilleta amarillenta del bar.


Cuarto sonido… de nuevo un contestador:
"No sé si alguna vez oirás este mensaje pero ayer te añoré, en realidad, te echaré de menos todas las horas. Entiendo que no quieres verme, no te preocupes, no te molestaré más, pero abre la dirección www.tanuris.blogspot.com . Tal vez pienses entonces que fue verdad. Quise ser agua para acariciar todos tus huecos, tus esquinas y hasta tus rincones vedados… te pensaré Mi Preciosa Sultana, siempre.”
Pagó su café y fue al trabajo de inmediato. Como excusa utilizó el periodo, a la bruja de calidad que la miraba siempre de arriba abajo, y corriendo fue a casa a sentarse frente a su ordenador.
Abrió la página que él mencionaba y ... Todo estaba allí!
Todo lo que ella creía haber imaginado o delirado estaba en ese blog!
¿Que era aquello? ¿Que había sucedido?
Ella comenzó a leer con avidez, devorando las letras de su amante, recorriendo, acariciando con sus pestañas cada palito, cada tilde y cada espacio como si fueran su propia piel... la de él. Y sonaba una gris y amargada bachata en su ordenador, que tristemente trataba de afinar: “Me muero por volverte a ver, me muero por hacerte mío, me muero sentir tus labios, me muero por ti”…
Se había quedado vacía. Totalmente hueca. Sin vida. El frío recorría de nuevo su cuerpo. Se adueñaba de ella como tantas veces, pero en esta ocasión lastimaba muchísimo más. El frío del vacío del alma es infame… y dos tristes lágrimas se escapaban de sus ojos…
“Vuelve” se dijo en un tono de voz tal vez equivocado. “Vuelve y te cantaré el ultimo bolero…”

miércoles, 3 de febrero de 2010

Capítulo V: "¿Realidad o sueño?"






La nube en la que su mente se encontraba desde hacía horas, comenzó a disiparse.
Una avalancha de sonidos desconocidos comenzaron a herir sus oidos. Sus párpados no la obedecían....empezaba a ser consciente de su ser, pero no podía despertar del todo....Era incapaz de abrir sus ojos.
Su cuerpo pareció revivir, arqueándose en un instante. Sintió una punzada eléctrica en su sexo y,...recordó.

De prontó recordó todo. Sus ojos abiertos de golpe, cegados por la luz que se colaba por una ventana totalmente abierta al sol. Un sol frio, extraño. Ella siempre baja las persianas. Eso la desconcertó. ¿Era aquella su casa?.
Giró sobre su costado y dando la espalda a la luz cegadora, contempló, con alivio, la familiar estampa de su dormitorio. Su cómoda con todas esas cosas desordenadas encima. Su armario, con una de las puertas a medio abrir. Un camisón en la pequeña percha de la pared. ¿Un camisón?...Se palpó el cuerpo, su tersa y suave piel y...sí, estaba totalmente desnuda.
En el extremo opuesto, entreabierta, la puerta del baño...la luz encendida.
Casi despierta del todo, alzó su resentido cuerpo y se recostó sobre una cálida almohada con dibujitos de animales. Había dormido al través; su brazo había estado colgando toda la noche. Volvió a sentir una punzada de....sensaciones raras entre sus piernas. Su mano acarició con intriga y suavidad el maltrecho pubis.....
Quería recordar, pero aún las brumas de ese extraño sopor que sentía, le impedía concentrase en nada.
Decidió levantarse e ir a la cocina. Un café calentito me despejará, pensó.
Buscó sus zapatillas con la vista y fastidiada, vislumbró al fondo del dormitorio unas grandes orejas rosas de una cabeza de conejo....zapatilla infantil, que alguien, no recordaba quién, le había regalado. La otra no la encontró y no tenía ánimo para buscar bajo la cama. Así, casi a la pata coja, se dirigió a la cocina. Diez minutos después, con un humeante café con leche y dos magdalenas de chocolate rancias, se tiró en el sofá de su pequeño y femeninamente decorado salón.
Apretó el mando de la tele y sorbió el caliente elixir de vida mientras sin ver, miraba un anodino programa en donde un anciano presentador hablaba de cómo prevenir las hernias....
No podía recordar nada. Todo era una pura confusión, una batiburrillo de ruidos, luces, humo, sensaciones, sexo...Un escalofrio recorrio su desnuda espalda, protegida solo con una bata fina que apenas le quitaba el frio que ya empezaba a sentir.
Diez minutos después, aún con la cabeza embotada, con un punzante dolor que la bloqueaba, giró la llave de la ducha y dejó que el agua, primero tibia y luego humeante, recorriera su cuerpo....sin casi querer, la relajación que comenzó a adueñarse de ella, se tornó excitación, y sus manos acompañaron a la suave caricia del agua hasta allí donde un par de dedos vencieron la casi inexistente oposición....la mente no la dejaba saber si esto era una continuación de su vivencia, anoche, o....una visión de su imaginación...Lloró. Otras putas lágrimas surgieron de sus cerrados ojos cuando el orgasmo la hizo casi resbalar...
No podía dilucidar si todo lo que recordaba eran....recuerdos o tan solo un cruel sueño erótico....
Dejó pasar el domingo, sin salir de casa, sin pensar, alienada frente al televisor, mirando sin ver. Hecha un ovillo, con una camiseta y un jersey varias tallas más grandes que la suya, pasó ese lánguido día, tumbada en el sofá, sólo yendo de vez en cuando a por un té caliente, donde apretar sus manos siempre frias...
Ni siquiera comió.
La noche la decubrió dormida, desbaratada y con una pierna dolorida por la postura. Volvió a sentir un tremendo cansancio y sólo pudo concentrarse en llegar a la cama.
Así, pasó de un sopor de duermevela a un sueño profundo y reparador....

Lunes. Todo parecía más claro hoy. Temprano el despertador la trajo de nuevo al hades terrenal que era la vida cotidiana. Sintió el stress antes incluso de sentarse en el borde de la cama unos minutos, como hacía todas las mañanas....
Se duchó y aseó rápido. No sabía por qué pero quería salir pronto hacia su tedioso trabajo de recepcionista en un spa-wellness. Hoy tocaba visita de control de la bruja de calidad. Menuda zorra, pensó. La última vez tuvo que agachar la cabeza cuando la abroncó....por llegar 10 minutos tarde. Hoy no se iba a repetir.
Impecable, elegante, poderora, sexy, atractiva, se contempló en el espejo de cuerpo entero de una de las puertas de su armario. Sonrió cuando recordó cómo la excito ver su reflejo en él una vez que hacía el amor con uno de sus amantes....Aún con una pequeña brocha en la mano, con la que acababa de dar algo de color a sus rotundas mejillas, alcanzó a recoger del suelo su bolso, donde había quedado tirado, ¿cuando?...no le importó. Al incorporarse, con cuidado, pues ya calzaba unos preciosos "manolos" falsos que le encantaban, algo cayó al suelo.
Su espalda se quedó paralizada y la brocha se le soltó de la mano.
Entre sus pies, como una morbosa y burlona cara que deseara verle la entrepierna, estaba aquel antifaz negro.....

Capítulo IV: "Las putas lágrimas..."






De nuevo la giró, ahora mucho más suavemente. Sujetó sus nalgas cubiertas de la fragancia viscosa de su sexo, pellizcándolas, alzándolas. La entrepierna de ella estaba cada vez más húmeda, las sabanas rozaban los delicados pliegues de su sexo mientras el placer se anunciaba ya llegando a las rodillas, irradiaba hasta su vientre, y su aliento cada vez más agitado le señalaba que no tenía voluntad de rehusar el placer.


Sintio entonces la respiración en su cuello y sus labios sobre la piel, y los cambiaba por otros lentos para probar de su boca, a pesar de que apenas la tocaba; pensó en las veces que había soñado con un encuentro así, sus caderas se alzaron involuntariamente cuando se inclinó sobre ella, y su erección, fuerte, intensa, presionaba firme y salvajemente penetrándola.


Ella dejó descansar su mejilla en la sábana de quien sabe que tejido, ya no había motivo de lucha ... de guerra... habia vencido, y con los ojos cerrados, mientras mordisqueaba su cuello con delicadeza, y las manos atadas ahogaron un grito mientras sentía como su caliente esencia la inundaba por dentro. Breves estremecimientos de placer recorrieron todos los centimetros de sus pieles ...




No lo sintió marchar, debió quedarse dormida en la nube a la que su cuerpo se transportó al tiempo que él se derramaba en ella; tímidamente, temerosa, sus manos levantaron el antifaz que cegaba sus ojos. A su lado unas flores menudas y una nota… “Mi preciosa Sultana, tu volverás, lo sé… y me transformaré de nuevo en agua para acariciar hasta tu último recodo”.

Recogio sus cosas con premura... o tal vez con cierta parsimonia. Su olor inundaba aún el aire cargado de sexo. Se vistió y salío corriendo de alli. Lloraba tan rápido como corría, sin saber el motivo, razón, pero lloraba y las putas lágrimas no la dejaron ver siquiera al hombre que en su coche la observaba correr...

Quizá fue real o tal vez un sueño, ella lo confunde ... pero sabe que irá cuando la llame, con los ojos cerrados, sin temor al dolor, donde la imaginación los lleve, donde la imaginación los conduzca... a los dos. En secreto.

Ahora ya no puede ni tocarle ni abrazarle...No puede besarle pero le siente. Aún escucha las armonias y melodias de su voz, varonil.. cadenciosa. Ella le desea, con locura y con equilibrio, con rabia y con compostura... quizas desde las entrañas. Pero hoy está prohibido...

lunes, 1 de febrero de 2010

Capítulo III, "¡¡Calla¡¡"







El antifaz no la dejaba ver nada, era como un suave abrazo de seda, que acariciaba su cara, sus oidos, su nuca....y que la separaban de la realidad, del mundo, el mismo que un rato antes compartía con aquellos hombres grises en aquel lúgubre bar...

Él la mantuvo echada, de espaldas, totalmente desnuda....Agarró sus manos y se las sujetó con un pañuelo, la inmovilizó. No quería que ella pudiera hacer nada que él no deseara...ni siquiera repetir el episodio del coche, donde su cuerpo femenino, deseable, respondió con avaricia a sus propias embestidas, las de ella....

Así tumbada, de lado, tras esa breve caricia que memorizó su espalda....el hombre, de pie junto a la cama, parecía observar cómo el cuerpo de esa hembra empezaba a retorcerse, incosciente, tratando de liberarse, de soltar la ligadura...La admiró, recorrió con sus ojos ese cuerpo a su merced, que se contoneaba.
¡Calla¡, le dijo cuando ella comenzó a decir....¡ven...¡.
La mujer, privada de uno de sus sentidos, privada de su libre movimiento, calló con un gemido largo y profundo....que parecía surgir de su centro mismo del placer...

Excitado, desesperádamente excitado, él miraba aquel cuerpo que tan fácilmente podría horadar, acariciar, arañar, estrujar, morder, chupar, paladear.....Esos pechos, suaves, pequeños, como fruta fresca dispuesta para ser comida....coronados por unos pezones que hacía mucho tiempo que estaban ya erectos, duros, señalando al frente, como llamándole para que los pellizcara, para que los mordiera...Sus caderas rotundas, giradas en un angulo casi imposible respecto de las piernas, parecían sin embargo querer esconder un sexo pequeño, discreto, con exactamente el mismo tono de piel que el resto de la desnuda mujer, coronado por una pequeña mota de pelo, delicadamente depilada....Por un instante, obcecado en su propio deseo, casi no puede refrenar el impulso de agacharse y, separándole con violencia esas increibles piernas, hundir con fiereza su boca entre los pliegues que, apretados aún, brillaban por el chorreo incesante de flujo que el deseo de la mujer le producía....
Pero no, se refrenó y se mantuvo en pié, cautivado...Solo mirando...
Con cuidado, arrastró a la mujer a un extremo de la cama cubierta con una espantosa manta barata que imitaba una gigantesca piel de cebra....
Ella sorprendida, se dejó hacer.....había estado atenta a todos los sonidos que llegaban a sus oidos, ciega y atada....Había estado esperando el ataque final de ese extraño hombre que la trataba como un objeto mágico de placer y del deseo ajeno....Esperaba en cualquier momento que las manos, duras, suaves....¿cómo eran?, de él, la recorrieran con desesperación, la tocaran, la abrieran, la hurgaran, la hicieran desear que no parasen nunca....
Oía su respiración, entre los espasmos en los que se estaba convirtiendo la suya....Lo escuchaba mientras se movía por la habitación...Sabía que la estaba mirando, sabía que la estaba deseando que le provocaba una excitación difícil de definir...Lo sabía porque estaba acostumbrada a crear ese estado de ansiedad en todos sus amantes...Pero este extrano hombre, rústico, basto, era distinto.
De pronto una suave melodía arrancó a sonar, desde ambos lados de su cabeza...desde unos imaginados altavoces, pues ni se había fijado al entrar en la habitación, marcando un lento ritmo que hacía que el latido de su sexo tratara de acompasarlo.....Pero no escuchó nada más.
Él se había ido.
Desconcertada, así se sentía además de más excitada de lo que hacía muchos años recordaba..., supo que la había dejado sola, en aquella habitación de una casa extraña, silenciosa, luminosa....
Trató de ordenar sus ideas, de sabér cómo y por qué había llegado a donde se encontraba....
Hacía solo una hora, en un cutre bar del barrio portuario de esa anodina ciudad, esperaba a que llegara la hora de ir a su clase de baile de salón, como todos los sábados. No sabía exactamente porqué, aparcó lejos de la academia, en el primer lugar libre que apareció. Quizá porque estaba harta de las miradas que le echaba aquel sucio vigilante del parking que había junto a la academia. Recordaba cómo de pronto, de entre las hebras de humo que ascendían del extremo de su caro cigarrillo extranjero, un individuo, él, la asaltó de manera que sin saber cómo su lengua se introdujo en su boca y ella sintió...deseó que hiciera lo mismo en su sexo....Luego....
Ahora, estaba allí, sola, sin saber qué iba a suceder, sintió miedo.....y su excitación creció hasta que tuvo que refrenar los estertores de placer, de orgasmo no deseado, que en su profundidad empezaban a abrirse paso....
Entonces, mientras un lánguido blues, raspaba la electrizada habitación, escuchó cómo se abría la puerta y, sin casi poder interiorizar sus sensaciones, algo la destapó, la volvió cara arriba, sintió como unas manos separaban sus piernas, las estiraban hasta casi alcanzar su cabeza y...un ardor terrorífico, un fuego que la hizo chillar, la inundó toda, sin saber qué estaba pasando, sin saber si iba a poder seguir respirando....sin poder dejar de sentir cómo su íntimo charco, que era en lo que se había convertido su entrepierna, estaba siendo penetrado....