VUELVEN LOS ÁRBOLES AMARILLOS...

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Penumbra en silencio...

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COLORES MAGICOS EN MIS ARBOLES

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COMIENZA UN NUEVO DIA...

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...EN MI DESIERTO...(Erg Chebby)

domingo, 7 de marzo de 2010

El Zafariche. Cap. 3




A muchos kilómetros de allí, entre hebras de bruma, aún noche cerrada, Juan coronó la empinada muralla. Antes de asomar la cabeza sobre la última fila de ladrillo cocido que coronaba la hermosa pared, tomó aliento y, con calma, y encomendándose a su Dios, de un salto se coló en la fortaleza.

Agachado, con todos sus sentidos alerta, miraba a un lado y a otro. Aterido de frio pero extrañamente alerta, sólo alcanzó a distinguir unas matas a donde se dirigió, como una silenciosa sombra. ¡Agua¡...Sonido de agua, de calma helada y agua. Tranquilidad absoluta, nadie a la vista. Se permitió un respiro, relajando su maltrecho cuerpo, se acurrucó entre las mortecinas plantas, sobre la húmeda tierra y pensó, rápido y con la mente clara y ágil. Debía esconderse, guardar sus escasas pertenencias. Su plan era una locura, pero había estado meses urdiéndolo y no tenía otra cosa.

El cansancio quiso que su mente le diera un respiro. Ese ensoñamiento cálido que le atrapó le hizo recordar cuando, de chiquillo, vivió en Segorbe, donde su padre lo dejó con 10 años, antes de ir a Albarracín para completar su formación con el arte de la guerra, en la antigua escuela de armas de la Corona de Aragón. Recordó esos tiempos felices, aprendiendo las artes y las ciencias que su mentor, Alí Annan, sabio viejo, le regaló.

Fué con Ab Sadik, padre amigo, como le gustaba llamarle, con quien aprendió todo al inmenso acerbo cultural de ese mundo extraño que era aún, y así seguiría siendo siempre, el Islam. Las matemáticas, con las que le explicó cómo y por qué se movían esas estrellas que le fascinaban, que le hacían pasar noches enteras admirándolas sentados ambos en lo alto de la Torre del Botxí. La dulce poesía árabe, que mezclaba siempre el amor humano, el amor a la naturaleza y el amor a ese dios extraño...Así, a través de la literatura y poesía fué como aprendió a hablar la lengua de los moros, con tal pureza que su acento encandilaba a los pocos conversos que allí quedaron, creyéndolo llegado de tierras africanas.

Su letargo se acabó cuando a lo lejos, divisó la primera muestra de vida humana. Una luz tenue, acababa de pasar delante de una de las ventanas del edificio que coronaba en ese ala las murallas. Había sido tan sólo un instante, pero le sirvió para recordarse a sí mismo que no estaba solo; aquello era el corazón del reino enemigo y él se había metido hasta el mismo centro. Pero estaba desconcertado. ¿Dónde estaban esas tropas inumerables que acantonaban la fortaleza?, ¿dónde el poderío y la superioridad militar?. Días más tarde sabría que había entrado por los jardines de el Partal y que aquello, realmente era lo que parecía, un palacio de ensueño, no una fortaleza militar.

La oscuridad no le dejaba hacerse un idea completa de cómo eran aquellos jardines en los que seguía agazapado. Veía una alberca grande justo a su derecha, como a unos cincuenta o sesenta pasos. A su izquierda, el jardín se ordenaba con pasillos y terrazas que formaban un diseño geométrico donde nada parecía estar colocado al azar. El ruido del agua, más cercano, adivinaba su fluir. De pronto sintió una sed insoportable. Bebió con cuidado, agazapado, admirando esos cinco hermosos arcos que anticipaban un hermoso edificio. A su izquierda, las sombras se hacían más espesas. Sin dudarlo, se encaminó hacia ellas, para buscar un lugar donde descansar un momento y organizar sus ideas, su descabellado plan. Iba a hacerse pasar por uno de ellos, aún no sabía cómo, aún no sabía nada, pero le daba igual. No había recorrido cientos de leguas, esquivado valles poblados, montañas desoladas, para acorbardarse en ese momento, llegado a donde estaba. De un salto, con sus cosas al hombro, inició una rápida carrera y se adentró donde la oscuridad le parecía más protectora, dejando atrás el brillo con el que algunas estrellas pinchaban la superficie tranquila de la alberca. La luz pasó de nuevo tras la ventana, pero esta vez no la vió. Pronto sabría que aquel edificio era llamado La Torre de las Damas. Sin saberlo, acababa de pasar al lado de "ella".


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