VUELVEN LOS ÁRBOLES AMARILLOS...

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Penumbra en silencio...

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COLORES MAGICOS EN MIS ARBOLES

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COMIENZA UN NUEVO DIA...

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...EN MI DESIERTO...(Erg Chebby)

domingo, 18 de septiembre de 2011

Una noche en Túnez



Capítulo XIX: "La Casa del Cid"



Una luz tenue se dejó caer lentamente por su rostro, arañando con furia y envidia el párpado cerrado que cubría un ojo negro silencio....

Boca abajo, con los puños cerrados como agarrando el recuerdo de un momento, desperezó su cuerpo.
Una imagen de un santo la miraba desde su hornacina, encastrada en una pared vieja, irregular, sólida y con aire de impenetrable.
Volvió a cerrar el ojo y se retorció sobre sí misma envuelta en esa oscuridad luminosa que empujaba sus ojos, luchando por penetrarlos.

Levantó la cabeza y la vista se encontró de golpe con el otro lado de la habitación, donde un ventanuco profundo y luninoso, hendía de luz el final de sus sueños. Mirada ausente, mientras intentaba recordar el origen de aquel desenlace.

Recordaba su cuerpo sobre la fria piedra, boca abajo, ...humedad, penumbra....!Él¡.
Recordaba que había tenido un momento de extasis en la catedral, mientras abrazaba y se dejaba abrazar....la llevó en volandas a algún lugar tras ese coro de irreverentes tallas.
Recordaba la estrechez, el silencio opresivo de un pasadizo de piedra.
Recordó la calidez repentina de su desnudez y la de él.
Recordó el sabor del licor amargo que le ofreció, que bebió....recordó que la tomó en brazos al final de esa agonía subterránea, que la arrojó a una cama o una alfombra, que se desesperó de placer.....
Recordó que, en un momento en la noche, agotada más por la ansiedad que por el sexo, lo buscó en la penumbra de una terraza, que fué ella quien lo abrazó esa vez, mientras veía como extasiado, sus ojos se perdían en la vista de un magestuoso puente...sobre el Duero.

Se levantó de un salto, ofendida por su ausencia, otra vez.
Descorrió un pesado cortinaje púrpura oscuro que cubría la salida a la terraza.
La luz la cegó completamente.
Un golpe de frescor aromatizado por un perfume de piedra y vejez, la ayudó a hacerse cargo de su situación.
Desnuda, sobre un mirador de ensueño, contemplaba cómo el sol vencía el abrazo de la verde espesura, en el horizonte, y se elevaba por encima del puente que la noche anterior recordaba haber contemplado, abrazada a aquel extraño hombre que la desmadejaba una y otra vez.

Se sintió triste y enfadada a la vez, por su ausencia, por su falta de respeto hacia su ignorancia.
Se juró entre dientes, que le iba a cantar las cuarente en cuanto apareciera.....si es que lo hacía.

Giró sobre sus descalzos pies y, entre sorprendida y asustada descubrió, mientras una sonrisa aparecía en su firme rostro que, en un rincón de la inmensa terraza, Bolero, sentado y mirándola fíjamente, descansaba junto a su amo. Con un zumo en su mano derecha, mientras la izquierda acariciaba el lomo del increible animal, él le sonreía, mientras a su espalda, como un gigante petrificado en la dolorosa realidad de los siglos, se alzaba la catedral, inmensa mole de piedra milenaria, con un color cálido y brillante que saludaba el reciente sol vencedor del amanecer. A la izquierda, el Palacio Episcopal.
Recordó lo poco que había leido de Zamora cuando se decidió a seguir ese reto de locura de, al parecer, una especie de viaje iniciático en el que se había metido casi sin querer. Estaban en la Casa del Cid.
Segura de si misma, de su desnudo cuerpo, de su sonrisa entreabierta y de su firme decisión de no dejar escapar la oportunidad, se le acercó felinamente, como esos gatos que de lado, con el lomo arquedado, se dejan acariciar por su "supuesto amo"...

Él, sonriendo, le señaló la hamaca que al otro lado de la original mesita. Un cofre de vieja madera casi negra, de medio metro de altura, con remaches de hierro y refuerzos en las esquinas de lo que parecía latón, envejecida por los años y por la humedad, con unos origiginales motivos árabes florales pintados en sus laterales y parte superior que, protegidos por un cristal, hacía las veces de mesa auxiliar. Vaya trabajo el que la haya restaurado pensó...

Un par de tazones de humeante café aromatizado con ¿vainilla?.., zumo de naranja en una jarra de cristal azulón y tostadas recién hechas, cubiertas por un paño de hilo con unas letras bordadas....

Se arrellanó con la taza de loza vieja entre sus manos y dejó que él la arropara con una manta de hilo y seda, color café con detalles verdes...

Mientras miraba con relajación el amanecer, entrando lentamente en calor, sin decir ni una sola palabra, su silencio interrogante por fin se iba a ver correspondido.

.- "¿Sabes?". Empezó a decir Sam...

Sintió un pequeño vahido de curiosidad y a la vez paz interior. Se preparó para entender al fin algo de por qué su anodina vida de jefa de calidad en una empresa en la que tan sólo el dinero era lo importante, se había convertido en un frenesí desconcertante e hipnótico. Quizá por fin entendiera qué era lo que había hecho que la agitación guiara sus desventuras entre tanta duda y tanta incompresión...

.- "Cuando era niño viví aquí una temporada. Quizá la más importante en la vida de un crio; ese tiempo en el que descubres que hay algo más allá de las faldas de tu madre, de las miradas y abrazos de tu padre....de el cariño silencioso, veraz y desinteresado de tu abuela....Cuando descubres que ese otro mundo te atrae poderosamente, sin saber por qué. Descubrí que era tan fuerte esa atracción que, en seguida supe que era el principio de mi vida como pesona independiente.

Recuerdo que era un tiempo frio, pero con la tranquilidad y calidez que te daban las gentes que por la calle te cruzabas, quienes aún mantenían en su interior ciertos valores, ciertas normas y respeto interior...

Estaba todo el día en la calle..Tras el colegio, corría a reunirme que mis dos y únicos amigos; Miguel e Ignacio. No puedo recordar por qué ellos, por qué dos, por que nadie más....Solo recuerdo una sensación, que desde entonces persigo sin parar: Libertad.

No quiero aburrirte, pero quiero que entiendas el origen de mis sombras, de mis luces, de mi manera de ser.

Ignacio. Flacucho, feo, su madre siempre le hacía llevar una trenca de color caqui, cinco o séis tallas mas grande que la suya. Siempre estaba esquivo a todo, miedoso, tímido hasta la exasperación...Lloraba en seguida, a veces por cualquier cosa. Vivía cerca de mi casa, por lo que era el primero que llegaba a jugar conmigo. Llevaba gafas, con lo que eso significaba entonces debido a la crueldad infantil.

Miguel. El espabilao, grandote, morenazo de pelo y piel. El valiente del grupo, el que se atrevía a todo, el que incluso !hablaba con las chicas!. Era un irresponsable a veces. Por su cupla casi nos ahogamos un invierno que nos dio por cruzar el Duero, que se había helado en parte. Llegué empapao a mi casa y temblando, Dije que me había caido en un charco. Idea suya fué también la de cruzar por el puente de hierro !por debajo!, descolgándonos por las viejas vigas oxidadas...O cruzar Zamora por el oscuro tunel del tren. Vaya susto cuando nos pilló aquel mercancías que estuvo pasando 10 o 15 minutos, con los tres pegados a la pared de piedra aterrorizados. Ignacio no paraba de llorar...

Y yo, el forastero...aquí y en todos los sitios donde he estado. No viene al caso que describa cómo era entonces...Ni siquiera ahora sé cómo soy....


Ocurrió algo, en una de las islas del Duero. Algo que ha dirijido mi vida desde entonces.

Una mañana fria de invierno, corriendo entre la desordenada arboleda de la Isla Grande, entre el Puente de Hierro y el de los Tres Árboles, con un Duero excepcionalmente bajo de nivel, encontramos una vieja cadena atada a un poste metálico, oxidado por los años que llevaba bajo el agua.
Medio en juego medio en broma, nos pusimos a sacar el "tesoro" entre las protestas de Ignacio que no paraba de repetir que si se volvía a caer al rio su madre no le dejaría salir nunca más....Al final de la larga cadena había una barca de madera, con un gran agujero en el fondo y un montón de piedras que nos impedía sacarla, pero que nos dejaba ver su tamaño y su forma. Tenía unos 4 ó 5 metros de largo, con una pequeña cabina en su parte posterior, que era la que quedaba más alejada de la orilla. Ni con todos los compañeros de nuestra clase, de ese colegio "nacional" tan peculiar al que mis padres me habían apuntado, podríamos haberla sacado.

Pero no hay nada imposible para la imaginación de unos niños con todo el tiempo del mundo. Durante semanas, acudíamos cada tarde, al salir de la escuela, para intentar sacar la barca del agua. Habíamos decidido arreglarla e ir por el rio a ver unos famosos cañones por donde el Duero discurría, cerca ya de Portugal, donde decían que se podían ver los lobos todas las tardes de primavera...."


Con perplejidad, Dalila escuchaba lo que contaba Sam, mientras se arrellanaba en la hamaca, dejando la taza de café ya vacía en el suelo y apoyando sus desnudos pies sobre el cofre...


.- "Con paciencia y muchos remojones, fuimos sacando las piedras que había en el fondo de la barca, hasta que la flotabilidad de la madera hiciera que por fín se alzara del fango que la agarraba. Pero, para nuestra desesperación, no flotaba de verdad, ni lo iba a hacer nunca. El fondo había sido destrozado como a hachazos y, no teníamos forma de arreglarlo. Nuesto viaje a lo Tom Sayer no iba a tener lugar nunca. Además, al haberle quitado las piedras, !se veía perfectamente!. Cualquiera que se saliera del camino que recorría la isla a lo largo vería nuestro secreto.

Recuerdo la tarde que, sentados sobre uno de los cientos de árboles inclinados de la orilla, mirando como embobados la barca y en silencio..llegamos a ese convencimiento.

Miguel, el más atrevido de los tres, el que no se resignaba a nada, fué el que entrando léntamente en el agua, en calzoncillos, como estábamos los tres, se metió dentro y se subió al camarín o cabina de la popa, como reclamando la propiedad de algo que nunca había sido nuestro y que nunca lo iba a ser.

Y entonces ocurrió.

El techo de madera se hundió, Miguel resbaló hacia detrás y se cayó al agua con la camisa remangada y atada a la cintura.
Pasado el primer momento de pánico, y tras ver aparecer del fondo la cara sonriente de Miguel, que ya sabía que se la iba a cargar, estallamos en una sinfonía de risas desacordes, que nos agotó más que el rato que habíamos estado sacando piedras.

Cuando por fín recobramos la normalidad fué cuando ví algo en el interior del camarín.
Algo que significaría el inicio de una larga serie de aventuras, desventuras, alegrías y penalidades. Algo que aún hoy, dirige mis pasos....






"

Sorprendida por la historia, Dalila se acurrucó aún más con la mantita, a todas luces insuficiente para su creciente sensación de frio; el roce de sus duros pezones estaba haciendo que le costara concentrarse..

.- "¿Y que fué de aquello?, dijo con no demasiado interés, mientras intentaba no pensar en su creciente calor interior..."

.- "Tienes tus pies apoyados en él", le dijo sonriendo...."