VUELVEN LOS ÁRBOLES AMARILLOS...

VUELVEN LOS ÁRBOLES AMARILLOS...

Penumbra en silencio...

Penumbra en silencio...

COLORES MAGICOS EN MIS ARBOLES

COLORES MAGICOS EN MIS ARBOLES

COMIENZA UN NUEVO DIA...

COMIENZA UN NUEVO DIA...
...EN MI DESIERTO...(Erg Chebby)

miércoles, 17 de marzo de 2010

Capítulo XIV: "…gotitas de sangre"







La historia refiere que el bolero se inició hace 300 años en la isla de Mallorca; que luego llegó a La Habana como una derivación del danzón cubano y que éste, a su vez, inspirado en la contradanza (baile popular de origen inglés, en boga en los Siglos 17 y 18), hizo nacer el Bolero Cubano…
…. En el bolero se canta al hechizo. El motivo del hechizo, del filtro del amor o del veneno como brebaje mágico que gobierna a los amantes tiene su antecedente en el siglo XII. En la leyenda de Tristán e Isolda, por ejemplo, el vino de yerbas que consumen los amantes por error es lo que desencadena una pasión más fuerte que la felicidad, la sociedad y la moral. En otro ejemplo clásico, el de Romeo y Julieta de Shakespeare, el brebaje causa la tragedia haciendo parecer a Julieta como muerta por tres días mientras espera a su amante y escapa de un matrimonio obligatorio. En ambos casos el filtro mágico del amor triunfa como destino o como fatalidad…

…En realidad el motivo del filtro es: "una coartada para la pasión. Es una excusa deliciosa para morir de amor. Es una justificación de la pasión condenada como un pecado y por la razón como un exceso. La diferencia en el caso actual es la soledad del amante moderno pues "se ha perdido la fe en un referente oculto para la pasión". Y sin embargo, la idea del amor como fatalidad continúa viva entre los humanos que todavía se juegan el alma por cantarle a los deseos, a las carencias, o a los placeres del amor…
Así empieza el libro…y leyendo esto fue incapaz de seguir. Cerró el libro con rabia estéril, y se dispuso a prepararse. Elena vendría a recogerla en breve. Se sentía mucho mejor, aunque ciertos movimientos aun pesaban en sus costillas y restos de moratones que un día fueron amargos, hoy solo alcanzaban a describir circulitos de tonos ocres.

“¿Negra zorra de los huevos estas lista?” Grito Elena desde la puerta con sus tonos de voz casi huracanados.
Al llegar a casa, Elena la acomodo lo mejor que supo y ella le rogo que le preparara un té. ”Ahora me vas a contar todo sobre el melenudo guapo sexy, y quiero hasta los detalles, incluidos los guarros okey?”
“Elena… no lo sé… Solo puedo decirte que él es… EL.”
“Si claro, ¿me vas a decir que te has tirado tropecientas veces un tío que ni sabias que se llamaba Sam? ¿Pero puedes ser más puta? Por cierto, me dejo su teléfono y le llame esta mañana para decirle que hoy salías del hospital…Y que voz tiene el cabron… con razón, yo también hubiera sido muy zorra con ese ejemplar, jajajaj!!”
“Elena, joder…” Sam sabía que ella había salido del hospital…
“Vale, perdona, pero al menos dime qué coño está pasando, tía… ¿estás loca por él? ¿Es solo sexo? ¿Y el imbécil de Fernando que vas a hacer con él?”
Era irrebatible que Elena no soportaba a Fernando. Y que sentía una especial atracción por el individuo melenudo como lo llamo, por Sam. Como también era innegable que ella no quería conversación, tampoco relatarle a su amiga los detalles de su “voluptuoso y epicúreo secreto”. Mientras Elena encendía el televisor para ver su programa favorito “el Diario” en Antena 3, Dali empezó a mecerse en un sueño reparador tras el té, con el libro de Sam en sus manos… y fantaseó…
“Es por ti que yo estoy loca.
Es por aquella vez que agarraste mi cintura en aquel bar y me besaste, y aun no sé porque. Es por cómo me mirabas cuando me acaricie en tu coche para ti. O por la vez que acudí a tu encuentro en una dirección inédita y pude olerte por primera vez, cuando tu antifaz negro me sobornaba. O quizás como me condensabas en aquella cama. O como aprendí que el sexo no es sexo. Por todo lo que creas, por lo que inventas. Es por cómo me buscaste en Rosarito, o como me miraste en la casa de la playa. Es por tus manos, tu piel, tu pelo, por tu cuerpo, por tus testículos, por como huelen cuando están preparados para derramarse, o por el dulce y estimulante sabor de tu polla, o simplemente un beso, aunque sea tierno. Hasta ahora, no había probado besos tiernos. O acaso es por como entras en mí, que me duele, que me excita y hurga en todos mis límites. Y es por ti por lo que yo no entiendo el placer sin tus ojos. Y te veo si me tocan otras manos.
Realmente es por ti que yo estoy loca…”
Y mientras pensaba en Sam, y decidía si era amor, sexo, pasión, locura, desenfreno, admiración, asombro o enojo, llego Fernando.
La beso delicadamente y saludo a Elena. Ella le respondió con un gesto de desgana al mismo tiempo que le ordenaba que les dejara solos. Elena se marcho a la cocina mirando a su amiga con una mueca turbada.
“¿Dali, quien es ese tipo? Y dime la verdad, por favor. ¿Es tu ligue? ¿Te has acostado con el verdad?” Fernando se mostraba apacible y sereno, no deseaba enseñarle la violencia que se almacenaba en su interior.
“Fernando, no puedo responderte ahora. Estoy cansada. En otra ocasión, si no te importa” La respuesta indolente de ella sorprendió a Fernando y provoco el mayor de los desastres que Dali, incluso Elena, podían haber imaginado.
Se levanto y con latente deseo de intimidarla la miro.
Dali devolvió la mirada con apatía y Fernando, abriendo su mano, le atesto un desmedido bofetón…”Zorra…te vas a enterar…”
Cuando ella retorno su mirada hacia él, el labio le sangraba…gotitas de sangre se mezclaban en su mullida camiseta gris enorme con alguna de sus lágrimas…y la policía, por orden de Elena, desde la cocina, estaba de camino…

martes, 16 de marzo de 2010

Capítulo XIII: "Negra zorra de los huevos"








Y ella, ¿Sabe quién eres tu?.....Con esas pocas palabras, con esa rotundidad que tenía su voz, su mirada, dura por un instante, clavados los ojos en los de él, pero sin concederle la menor de las importancias, el desconocido, con una seguridad que daba miedo, respondió a la pregunta de Fernando. Ambos quedaron en silencio, durante tan solo unos segundos, aunque a Fernando le parecieron una eternidad. Finalmente, estirándose para intentar parecer digno, rindió la mirada, que paseo sobre el cuerpo de la mujer antes de dirigirla a la blanca pared, con la que en esos momentos le gustaría fundirse y...desaparecer. Dió unos pasos atrás, se metió las manos en los bolsillos, donde sintió la familiar frialdad de las llaves del taxi, encadenadas de por vida a un espantoso llavero con el escudo del Athletico de Madrid y salió al pasillo donde Elena y Jorge, a tan solo unos metros, esperaban en silencio.

Al verlo, ambos apartaron la mirada. No tenían ningún interés por ese personaje y así lo sintió él, que avergonzado se dirigió con paso inseguro al ascensor. ¿cómo era posible que aquel cabrón conociera su secreto?, pensó.


Estaban solos en la habitación. Ella, emborrachada de calmantes, no había sido consciente de la lucha de poderes que se acababa de librar, en la que no llegó a haber ni batalla.

Consciente de su presencia, se sentía como flotando, desconectada de su ser, de todas y cada una de las partes de su cuerpo...menos de una.

Casi no podía abrir los ojos, alargó la mano para rozar el antebrazo de él; su mano acariciaba ese espacio sin nombre entre el pecho y el vientre, sobre esa bata de hospital de color indefinido que, entre botón y botón, dejaba entrever uno de los rotundos pechos que en ese instante se enervó, convirtiendo en casi piedra lo que antes era un suave pezón.

Notaba cómo la estaba mirando, cómo la estaba rozando; se sentía deseada y sólo pudo entreabrir los labios, como para decir algo.....consiguiendo tan sólo, exhalar un suspiro de inesperado placer.

Su sexo se estaba contrayendo, en espasmos arrítmicos, que la estaban haciendo desear sentir sus piernas, para poder juntarlas con fuerza. Su mente, clara, no lo podía creer. En unos instantes, sintió toda la calidez de aquel casi desconocido, del que aún no sabía ni su nombre. Recordó los abrazos cálidos y tiernos allá en su playa....Recordó, cómo la locura y el miedo la invadieron al entrar aquella primera vez en su coche, frente a aquel sucio bar. Recordó con sorpresa y admiración en sí misma, cuándo fue la primera cita, en aquella dirección, en aquella cama, en.....¡¡Claro, ahora lo entendía¡¡. Estaba reviviendo las sensaciones a su lado, como si llevara puesto el diabólico antifaz; al no poder ver con claridad, al notar su olor, al sentir su contacto, su dura piel...su calor....De pronto, un vaido de amargor, invadió su boca y...todo su cuerpo. Quiso luchar pero se sintió débil, vencida...entre estertores de lucha sólo existentes en su mente, pues su cuerpo no se movió, entró en un profundo sopor sin recuerdos. El gotero automático había inyectado su dosis de calmante.


Cuando despertó ya se había ido. Una luz exagerada inundaba la habitación. No sabía cuanto tiempo había estado dormida. Entre roces de sábanas, de cortinas que se decorren, de frias bandejas con ruedas, una enfermera de inexpresiva sonrisa, comenzó a zarandearla, hablándole en un tono de falsa condescendencia, más alto de lo normal. "En dos días te podrás marchar", le dijo. "Descartados los daños cerebrales. Sólo tienes moratones por todo el cuerpo, como si tu marido te hubiera "caneao". (Rió su propia gracia, con la boca exageradamente abierta, dejando ver los dientes más amarillos que había visto en años). "Varias fisuras en las costillas que se te quitarán con descanso. Ah, y (sonrió picara con desbordante complicidad), la cosa esa vibratoria, te la guardamos en el armario.

¡¡Dios, lo había olvidado¡¡ En el momento del accidente ya llevaba puesta su "bala vibradora". Todas las mañanas se permitía ese pequeño placer antes de entrar en el trabajo. La relajaba. A falta de un buen polvo mañanero....Además, había notado cómo cuando lo hacía, le afectaba mucho menos el que su jefa, la bruja de calidad, la abroncara sin piedad. Sintió un repentino y cálido rubor, quizá por la vergüenza, quizá por el descuido, pero se le pasó en el acto. No le importaba lo más mínimo lo que aquella enfermera le decía. Volvió a recordarlo y entonces tan sólo pudo pensar en él.

Pasaron unos veinte minutos hasta que la puerta se volvió a abrir. Elena. Con una sincera alegría se acercó a la cama viendo que ya había despertado. "¡Que susto nos diste, Dali de los cojones!" Le casi gritó, mientras le acariciaba la cara y le dio un beso contundente en la frente. (Dali era como su amiga gustaba de llamarla cuando hablaba en serio. Si hubieran estado de juerga o de bromas la hubiera llamado "negra zorra de los huevos" o simplemente "Rosarillo". Dali era un diminutivo sui géneris de Dalila, su nombre, Rosario Dalila. Cosas de su madre, fan irrecuperable de los culebrones venezolanos...). Se alegró de que su amiga estuviera allí. Se sentía aturdida y creyó que su presencia sería un alivio para su cansada mente. Pero nada de eso. Elena, después de esa frase, atacó directa. "Así que ese era el misterioso ligue". "Sólo a ti se te ocurre liarte con un pedazo de tio como ese, que parece un recogedor de brevas. A su lado ni se te ve, seguro. Aunque buenorro está un rato, sobre todo por esas manazas. Ni quieras saber lo que me imaginaba que me hacian, guarra. Y encima Samsón. Es que eres la leche, tia".

¡No se lo podía creer. Se llamaba Samsón¡, (Sam). El resto de la conversación no tuvo ningún interés para ella. Sólo pensaba en cómo conseguir volver a verle. No sabía si quería postrarse a sus pies, ofrecerse a él o avalanzarse haciéndole rogar por su placer. Pero ya lo había decidido y sabía que sería él quien la encontrara. Ya lo había hecho antes. Solo salió de su ensueño, que la inmunizaba de la palabrería de su amiga, cuando oyó la palabra mágica "Bolero". "¿Qué has dicho?". Espetó a su amiga, que la miró como sorprendida. "Pues que ese tio te trajo al día siguiente un libro sobre el Bolero. Un rollazo, tia, además es usado, está todo subrayado. Un cutre tu amigo." Volvió la cabeza hacia la mesilla, mientras preguntó "¿Al día siguiente?, ¿cuántos días llevo aquí?". "Dos semanas, negra zorra de los huevos, que me tienes hasta el coño ya de venir a verte". En ese momento, entre la noticia de su larga "ausencia" y el sol que, a través de la ventana junto a la que estaba su mesilla la deslumbraba, solo pudo pensar en el libro. Alzó la cabeza, todo lo que pudo, que no era mucho, y lo vio. "Historia del Bolero". De una de sus páginas sobresalía una estrecha tira de papel. La reconoció al instante. Sabía que la estaba esperando. Desconectó su mente. Quiso sentirse desnuda. Se arrellanó en la almohada y se durmió. Sueños de sexo cubrieron sus brumas, deseo contenido. Elena, tras un rato de ofendida ofuscación se fué. No llegó a ver cómo su amiga, incosciente, gemia de placer, acompasando sus caderas al cálido y pausado ritmo de un denso orgasmo.

domingo, 14 de marzo de 2010

Capítulo XII: "!!!Ay Dios¡¡¡"





“Ay Dios”… exclamo ella…Todo estaba complicándose demasiado. Tan solo quería ir a verle, y ahora apareció de la nada alguien que intuía extraño… y la llamada…
Y embutiendo en su bolso el billetero, salió corriendo con dirección a su trabajo, asustada, tan ofuscada que, al cruzar la calle, no alcanzo a ver el coche que a toda velocidad se dirigía en su dirección… y ocurrió lo temido, lo peor.
Fernando estaba fuera de este mapa. Había recogido un cliente gris y austero, y en ese preciso instante, lo único que pensaba era en que ese personaje le daría una propina mísera…
Intento entreabrir los ojos. Y todo lo que podía ver era blanco. Y unos murmullos susurraban sin voz a su alrededor. Trato en vano moverse. Dolía… Un daño punzante y amargo en todo su cuerpo. No podía pensar, siquiera imaginar donde estaba. Poco a poco, empezó en proceso de vuelta a la realidad… Y comenzó a recordar el golpe del coche, pero tampoco era capaz de acordarse de nada más. Se figuro que estaba en un hospital, sin pistas, sin trazas ni huellas… solo imaginaba. Trato de concentrarse en los susurros e identificó voces. Su hermano Jorge. Si.. allí estaba… Fernando… también… su amiga Elena, y más lejos, algunas voces que parecían familiares para ella. Y él, volvió a su memoria como palabra inacabada. ¿Qué habría pasado con él? ¿Cuánto tiempo estaba ella allí? Lo había ya perdido para siempre…
Jorge charlaba animado con Elena. Fernando permanecía en un rincón pensando en ir a cafetería a fumarse un Marlboro cuando entro en la habitación alguien desconocido para el… sobre todo por las caras asombradas de Elena y Jorge. Y el silencio se hizo dominante y necesario.
“Buenas tardes, espero no importunar… ¿Podría hablar con Jorge, por favor? Jorge respondió con rapidez estrechando su mano en un gélido saludo “Hola, que tal? Soy Jorge… hablamos por teléfono esta mañana”
Su hermano Jorge, había recogido su teléfono móvil y al ver el sms, decidió llamar a ese desconocido para comunicarle que ella estaba en el hospital. El desconocido mostrando asombro y con voz atónita pidió detalles a Jorge, que se le concedieron con sumo cuidado. Lo que Jorge no pudo alcanza a imaginar es que, ese anónimo se presentara en el hospital un par de horas más tarde.
Elena conocía también parte de la historia… solo que su amiga obvio comentarle que ese hombre fuese tan atractivo… esbozo una sonrisa mediana con aire cómplice, y con elegancia y recato, mientras toda la dimensión humana de él se acercaba a la cama donde ella dormía, Elena y Jorge se levantaron de sus sillas con dirección al pasillo. En la esquina…. Fernando.
El hombre la miro… ella dormía. De sus ojos profundos se escapaba una ternura infinita. Se acomodo a su lado y le acaricio el rostro, el pelo, los labios con sus manos rudas y amplias, intentando con cada caricia esmerada que abriese las ventanas de sus ojos. La acaricio por debajo de la sabana inmaculada, su piel, esa piel densa y eternamente suave que otras veces se atrevió a profanar y que le había hecho vivir momentos paradisiacos. Y cerro sus ojos paladeando el instante, intentando que, de este modo, ella reaccionara, y por el contrario, sucedió que lo que protesto, de manera involuntaria, fue su miembro intentado asfixiadamente escaparse de sus gastados vaqueros. Mientras tanto, ella, había distinguido su olor…el…el… era el…
“Mi preciosa Sultana… es por esto que no viniste y fui silencio y ausencia… descansa. Ya he llegado. Ya nada importa…”
Alterado por las palabras pronunciadas, por los haceres de ese hombre, Fernando se acerco con cierta desconfianza al desconocido “¿Tío, quien eres tú? No la toques…” Y él, levantando su rostro pausadamente en dirección a la voz, cruzo durante unos segundos la mirada con el ser que hasta el se dirigía… Fernando le miraba, le escrutaba, le rebuscaba… el solo mostro apatía e indiferencia adornada con una minúscula sonrisa de carácter casi malévolo. Se sabía mucho más fuerte y poderoso… y durante esos segundos comprendieron ambos…

viernes, 12 de marzo de 2010

Capítulo XI: "...Ya eres mía"





Caminaba pensativa por la calle, hacia su trabajo. Hoy había salido de casa con tiempo y paseaba distraida por unas calles hasta entonces extrañas para ella. Miraba sin ver, escaparate tras escaparate, donde mercancías de escasa calidad se amontonaban en dudosa sucesión de diseños...
Atravesó una pequeña plaza con un espantoso acuario en un lateral, donde gigantescos peces parecían rogar a quien los mirara que acabaran con su suplicio carcelario...
En la esquina, junto a la parada de taxis, una chica flaca y desastrada, acababa de montar la última mesita de una cafetería de esas de diseño, donde todo era cargante, extemporáneo y hortera. Cosas de la "modernidad", pensó. Sin proponérselo casi, se desvió de su indeterminado camino y se sentó. La muchacha, giró la cabeza mientras se volvía al interior de aquella cueva "new age" y, con una expresión de intenso desdén y aburrimiento, recogió una cutre bandeja de aluminio y se dirigió hacia ella. Mucho diseño pero los servilleteros son de bar de carretera, pensó para sí mientras sonreía, encendiéndose nerviosamente un extraño cigarrillo de ¿chocolate?.
Café con leche, corto de café, descafeinado de máquina y sacarina, por favor....





Desde la parada de taxis, él la observaba, oculto entre los reflejos del cristal de su rancio y desvencijado taxi, un Opel Kadett que "heredó" de su padre, también taxista como era él ahora...aunque ella aún pensaba que era arquitecto.
Esa mentira tarde o temprano se descubrirá, pensó, pero ya es tarde para enmendarla. El mes y pico que había estado dilapidando los restos de la herencia de su padre en Cuba, follando mulatas sin cuento, alcoholizado día y noche....se convirtió en un importante proyecto en...¡Japón¡....Hasta le costó aguantar la risa cuando vió con qué facilidad ella le creyó sin más. Su naturaleza altamente machista, le hizo sentir un cierto aire de victoria. Pero pronto, las sombras de su tristeza y mediocridad interior se abrieron paso y.....se forzó a dejar de pensar.


La vió cuando apareció caminando delante de su campo de visión, al entrar en la plaza. Levantó los ojos un momento de las páginas sobadas del Marca, que había robado esa mañana en el bar del puerto al que había ido a llevar a un cliente; casi le da un infarto. No la esperaba por allí. Aquel barrio, aunque cercano al mismo centro pijo de la ciudad, no era muy recomendable para "señoritas" de ese aspecto. La miró, recostándose en el asiento y observó como ella se detuvo, miró su reloj y tomó asiento.

Habrá quedado con alguien, pensó desde su taxi.
La vió cómo, una y otra vez miraba a ambos lados de la calle, con nerviosismo, mientras releía un trocito de papel que llevaba en una mano y que había sacado de su bolso al buscar el tabaco. En la otra mano su flamante movil de diseño.
Vió cómo se ponía en pie, daba tres o cuatro pasos a la derecha, otros tres o cuatro a la izquierda y de nuevo volvía a sentarse.

Luego pareció calmarse y sacó un libro grueso (American Psycho, de Bret Easton Ellis) y lo abrió por la mitad, simulando leer, pero sin leer nada (Imposible concentrarse si alza la vista cada dos segundos, pensó). Por alguna razón estaba nerviosa. Quiere dar la impresión de ser una mujer "leída", sin prejuicios (American Psycho describe con crudeza las hazañas del psicópata Patrick Bateman), con vida interior, paciente con las citas pero celosa de su tiempo, pensó, mientras encendía otro Marlboro que con su humo, incrementó ya de por sí el insoportable olor acre de su taxi.

Sin duda lo que la estaba descolocando era algo importante para ella. Nadie se descontrola de esa manera, y menos ella, a estas horas de la mañana. Debía tener una terrible lucha interior; parecía como si tuviera que tomar una decisión importante, y supiera que eso iba a ser el inicio de una sucesión de molestas experiencias, deseos, expectativas.
Diez minutos después sonó su teléfono. Miró la pantalla y descolgó. Apenas dijo nada; tan sólo asintió con gesto de resignación, tocándose el pelo, mirando a ambos lados, aún nerviosa, y poco más. Un par de frases después colgó el teléfono, metió el libro y el movil con rabia en su bolso y se cruzó de brazos, con cara de...¿resignación?.
Quien fuera había llamado para cancelar su cita....eso pensó él. El semblante de ella se tornó triste.
Entonces, como espoleado por un pinchazo de excitación y morbo, se le ocurrió algo. Tomó su móvil y buscó el suyo a través del Bluetooth. No podía enviarle un SMS pues en seguida sabría quién era, y estaba seguro que si ocultaba su número no le haría caso...
En el rastreo le aparecieron tres usuarios: COCO, SEBAS y BOLERO. Sonriendo para sí, pinchó en BOLERO y al segundo sonó un pitido en su móvil.

Al mirar su pantalla, ella arqueó las cejas, echó un vistazo, extrañada, a su alrededor y, pese a no saber quién estaba tratando de establecer contacto con ella pulsó "Aceptar".
La confirmación le llegó al taxista que, acurrucado en su coche, escribió: "PASA DE EL Y VENTE CONMIGO"
Al leer mi mensaje, la mujer, presa de un repentino escalofrio, que la hizo separar su espalda de la incómoda silla de plástico barato, volvió a mirar a su alrededor. Seguía sin saber quién se lo había enviado. Por eso contestó:
"QUIEN ERES?"


"SOY EL REY NEGRO, QUE TE VIGILA DESDE TU BOLSO"



Cuando leyó esto último la mujer, presa del pánico, arrojó un billete sobre la mesa y, sin haber tocado su café, salió corriendo.
Él, henchido de altivez y arrogancia, pero arrinconado por su miseria y su mentrira, sonrió y pensó....."Ya eres mía".


(Adaptación libre de un episodio de Daniel Díaz, "blog.20minutos")

Capítulo X: "...¿Y Fernando?"








Estaba tan impresionada, tan perturbada, que casi raspaba la desesperación.
Los objetos descansando en las manos, la tira de papel, la chapita del bonito labrador Bolero, el antifaz, el caballo de ajedrez, la fotografía fantástica de unos preciosos arboles amarillos… pero quedó magnetizada mirando fijamente el mapa de carreteras marcado que ni siquiera vio a los dos clientes que esperaban sonrientes a sus llaves en el mostrador.

Le sentía tan cerca… tanta anarquía. “Esto no puede salir bien. Cada vez que veo a ese hombre, me desdoblo, me descoloco” pensó mientras cargaba con su paquetito al finalizar la jornada de camino a casa… sola.
Llegó. No hay nada que no ordene un té caliente. Y eso hizo. Conectó el mp3. Sonaba Tony Zenet y esa canción: “Déjame esta noche soñar contigo.” Con premura y cierto atropello, se quitó la ropa y se puso una mullida camiseta enorme gris, (seis tallas más que la suya tal vez) la cual no recordaba la procedencia, pero la hacía sentir abrazable. Tomó su taza humeante de té y dejo reposar la cajita entre sus muslos sentándose en su destartalado sofá. Cerró los ojos sorbiendo y saboreando el cálido y dulzón sabor de la taza… Le recordaba. Sus ojos profundos…sus manos crudas y enérgicas… su dimensión intensa, sonreía inmortalizándole y se mordía los labios cuando pensaba en esas manos recorriendo todos sus milímetros. La última vez que le vio le pareció sumamente atractivo... poderoso. Resonaba en su mente su rostro, en aquel fuego… su sonrisa.
“¡Basta ya!” Reconoció su propia estupidez y empezó a deshilvanar de nuevo los objetos de la cajita. El mapa. ¿Qué quería él con ese mapa? Tal vez que ella fuera a buscarle allí? Y como haciéndola volver a la cruda realidad, sonó el teléfono… Fernando.
“Dios mío... olvide llamarte cariño… perdóname, acabo de llegar a casa. ¿Vienes para aquí?”
Fernando era un cielo. Es el característico hombre del que enamorarse, tener hijos y bla bla bla. Apuesto, alto, inteligente, educado, culto y decidido. Aspecto impecable, ropa de marca, arrogancia y un toque altivo. Un arquitecto que había vuelto hacia 3 meses de Tokyo de terminar un proyecto importante relacionado con los anoréxicos edificios que se construyen en Japón. Compartían momentos juntos desde hacía unos 3 años, quitando el último de ellos en el que Fernando embarco para Tokyo. Se habían comunicado por teléfono y vía mail. Pero las cosas cambiaron drásticamente desde que él apareció en su vida. Las llamadas ya no le interesaban tanto… los mails quedaban días sin abrir… Y Fernando lo había percibido… sencillamente esperaba expectante a que ella vomitara todo lo que sentía. Cuando Fernando llegó, vio la cajita sin prestar demasiada atención. La besó profundamente y ella se dejo beber, perdón, besar. En realidad no deseaba tener sexo con Fernando. Conocía perfectamente sus gustos y aficiones, pero desde que en su vida se asomó su extraño collaborateur, nada en el paladar de su boca era igual. No obstante… unas leves caricias en su nuca… unos besos dulces y vigorosos en sus carnosos labios, siempre pensando en él… concentrada en él, y así se descubrió medio desnuda en brazos de un hombre que no era él.
Cerró sus ojos y le llamaron sus dedos…
Con destreza y paciencia Fernando se deshizo de toda la ropa sobrante...
El tiempo corría, de pronto observó sus ojos, ella le miraba pero no con deseo, observándole como algo más del decorado, y Fernando clavó descaradamente sus ojos en los de ella , zambulléndose en sus verdes pupilas, y para su asombro, ella mantuvo la mirada, desafiándole o retándole, y en ese momento el sintió que su corazón latía casi provocándole dolor contra sus costillas, la adrenalina se podía sentir fluyendo, el muchacho no podía dominarse, era incapaz de controlarse, era un títere de sus señales hormonales, su subconsciente y sus instintos.

Ella se percató que Fernando sufría una erección colosal, ver esa cintura asemejándose a una diosa griega, ese cuerpo sacado de una revista de lencería puso todo el mecanismo masculino en acción, el sudaba testosterona e inundaba el ambiente con hormonas invitándola a tener sexo. ¿Dónde estás Dueño de Mis Sueños? Pensó ella…
Fernando se abalanzó delicadamente sobre ella, sintiendo la temperatura y le textura de su piel, comprimiendo sus tetas sobre sus pectorales, le encajó la manó entre sus muslos, su pubis perfectamente depilado, era delicado, con labios finos y tibios, introdujo un poco el dedo, ella se mordió los labios. Cerró los ojos y sólo con el tacto lo podía imaginar, igual que sus pezones erectos. Fernando sentía excitación, nunca había visto su polla tan grande, ella ya estaba lista para recibirlo, lo notaba por la humedad que brotaba de su sexo, se agachó poniendo sus rodillas en el suelo, y colocándose a la altura perfecta para que su sexo quedara a la altura de la cara sentado en el sofá, suavemente le arranco el tanga con los dientes, ahora su sexo era de él, estaba indefenso abierto como una flor para que Fernando incursionara en el, con los labios rosados iguales a los imaginados y disfrutados tantas veces, depilado y suave, todo húmedo.
Apasionadamente se dedicó a besuquear, mordisquear, la delicia que tenía enfrente, le encantaba tener un dedo metido dentro de ella mientras su lengua golpeaba su clítoris, su miembro se animaba a ratos y pronto estaría en su máxima expresión luego de haber vomitado todo su contenido, ella dejaba escapar pequeños gemidos entre sus dientes blancos; que el interpretaba y así volvía a hacer aquello que la excitaba más.
Y así, con violencia, la penetro salvajemente. Sus arremetidas la hacían suspirar y gemir de placer, ya no trataba de controlarse, extendía sus brazos y la agarraba por la cintura, su voz era increíble, ella reaccionó a sus palabras gimiendo… su respiración era rápida, agitada y entrecortada atestada de grititos de placer.
Gotas de sudor perlaban su cara y lubricaban su cuerpo concediéndole una imagen salvaje. Era una diosa follada por un mortal. Sin embargo, la diosa se sentía solo un trapito desechable… solo pensando en aquel, en su mente resonaba la canción de su voz. Deseó gritar. Tal vez llorar… Prefirió pensar en el mapa. Iría a ese lugar.
Tenía que acabar o empezar con esto.
Debía hablar con Fernando… Definitivamente. Tal vez después del viaje. Lo decidiría mañana.
Al día siguiente, cuando abrió sus ojos, Fernando ya no estaba. En su lugar, donde quedó su huella en la almohada, descansaba una notita: “¿Comes conmigo nena? Te llamo luego. Besos.” Miró la hora en su teléfono móvil con la nota aún en su mano, y descubrió un mensaje de texto que supuso de Fernando. Lo abrió sin demasiada avidez… Oh!!

“Ven, que concibamos
la respiración oscura de tu vulva...
En su latir pulsaba el pez del légamo,
y yo latía en ti.
Me respiraste,
en tu vacío lleno.
yo palpitaba en ti y en ti latían
tu vulva, el verbo, el vértigo y el centro.
Si no vienes, seré silencio y ausencia”

Era el!! Un mensaje de texto invitándola a verle!!

Dejó la nota como si se tratase del envoltorio de un caramelo, y se duchó, vistió y agarró el mismo y aburrido camino a su trabajo. Hoy era diferente. Pediría unos días libres para ir de viaje. Aún sin saber el porqué pero lo haría. Mientras caminaba, se veía a sí misma conduciendo hasta allí… viéndole de nuevo… Conjeturaba que estaría haciendo él en este preciso instante. Le veía sentado y sosegado, rodeado de aquellos olores que la hacían enmudecer, observando por una ventana con una taza de café en sus manos, tal vez pensando en ella, rememorando su voz, su piel, su pelo, hasta sus entrañas…el mero hecho de traerle a su mente la hacía sonreír, pero… ¿Y Fernando?...

domingo, 7 de marzo de 2010

El Zafariche. Cap. 3




A muchos kilómetros de allí, entre hebras de bruma, aún noche cerrada, Juan coronó la empinada muralla. Antes de asomar la cabeza sobre la última fila de ladrillo cocido que coronaba la hermosa pared, tomó aliento y, con calma, y encomendándose a su Dios, de un salto se coló en la fortaleza.

Agachado, con todos sus sentidos alerta, miraba a un lado y a otro. Aterido de frio pero extrañamente alerta, sólo alcanzó a distinguir unas matas a donde se dirigió, como una silenciosa sombra. ¡Agua¡...Sonido de agua, de calma helada y agua. Tranquilidad absoluta, nadie a la vista. Se permitió un respiro, relajando su maltrecho cuerpo, se acurrucó entre las mortecinas plantas, sobre la húmeda tierra y pensó, rápido y con la mente clara y ágil. Debía esconderse, guardar sus escasas pertenencias. Su plan era una locura, pero había estado meses urdiéndolo y no tenía otra cosa.

El cansancio quiso que su mente le diera un respiro. Ese ensoñamiento cálido que le atrapó le hizo recordar cuando, de chiquillo, vivió en Segorbe, donde su padre lo dejó con 10 años, antes de ir a Albarracín para completar su formación con el arte de la guerra, en la antigua escuela de armas de la Corona de Aragón. Recordó esos tiempos felices, aprendiendo las artes y las ciencias que su mentor, Alí Annan, sabio viejo, le regaló.

Fué con Ab Sadik, padre amigo, como le gustaba llamarle, con quien aprendió todo al inmenso acerbo cultural de ese mundo extraño que era aún, y así seguiría siendo siempre, el Islam. Las matemáticas, con las que le explicó cómo y por qué se movían esas estrellas que le fascinaban, que le hacían pasar noches enteras admirándolas sentados ambos en lo alto de la Torre del Botxí. La dulce poesía árabe, que mezclaba siempre el amor humano, el amor a la naturaleza y el amor a ese dios extraño...Así, a través de la literatura y poesía fué como aprendió a hablar la lengua de los moros, con tal pureza que su acento encandilaba a los pocos conversos que allí quedaron, creyéndolo llegado de tierras africanas.

Su letargo se acabó cuando a lo lejos, divisó la primera muestra de vida humana. Una luz tenue, acababa de pasar delante de una de las ventanas del edificio que coronaba en ese ala las murallas. Había sido tan sólo un instante, pero le sirvió para recordarse a sí mismo que no estaba solo; aquello era el corazón del reino enemigo y él se había metido hasta el mismo centro. Pero estaba desconcertado. ¿Dónde estaban esas tropas inumerables que acantonaban la fortaleza?, ¿dónde el poderío y la superioridad militar?. Días más tarde sabría que había entrado por los jardines de el Partal y que aquello, realmente era lo que parecía, un palacio de ensueño, no una fortaleza militar.

La oscuridad no le dejaba hacerse un idea completa de cómo eran aquellos jardines en los que seguía agazapado. Veía una alberca grande justo a su derecha, como a unos cincuenta o sesenta pasos. A su izquierda, el jardín se ordenaba con pasillos y terrazas que formaban un diseño geométrico donde nada parecía estar colocado al azar. El ruido del agua, más cercano, adivinaba su fluir. De pronto sintió una sed insoportable. Bebió con cuidado, agazapado, admirando esos cinco hermosos arcos que anticipaban un hermoso edificio. A su izquierda, las sombras se hacían más espesas. Sin dudarlo, se encaminó hacia ellas, para buscar un lugar donde descansar un momento y organizar sus ideas, su descabellado plan. Iba a hacerse pasar por uno de ellos, aún no sabía cómo, aún no sabía nada, pero le daba igual. No había recorrido cientos de leguas, esquivado valles poblados, montañas desoladas, para acorbardarse en ese momento, llegado a donde estaba. De un salto, con sus cosas al hombro, inició una rápida carrera y se adentró donde la oscuridad le parecía más protectora, dejando atrás el brillo con el que algunas estrellas pinchaban la superficie tranquila de la alberca. La luz pasó de nuevo tras la ventana, pero esta vez no la vió. Pronto sabría que aquel edificio era llamado La Torre de las Damas. Sin saberlo, acababa de pasar al lado de "ella".